El ministro de Fomento, señor Blanco, aprovecha lo mal que le caen a todo el mundo los controladores aéreos (porque ganan mucho) para exhumar una práctica que no se veía desde los ominosos tiempos de Franco, la de la utilización del Ejército para labores de esquirol. Como se sabe, la salud de los organizadores del tráfico de aeronaves deja mucho que desear últimamente, hasta el punto de que una buena parte de ellos ha tenido que acatar la baja laboral prescrita por sus médicos, aunque hay gente como el señor Blanco que no se cree, pese a esa acreditación clínica, que estén malitos. El ministro, que hace tiempo que les tiene ganas a los controladores, y que los usa para exhibirse como un debelador de los ricos (su fantasía revolucionaria no llega al punto de subirles los impuestos), utiliza la actual coyuntura para reeditar, salvados sean los tiempos y los medios, aquella lacerante imagen de los soldados del Regimiento de Ferrocarriles conduciendo los convoys del metro de Madrid en huelga, que, por cierto, ganas le habrán entrado a Esperanza Aguirre de hacer lo mismo si pudiera.

El Ejército, para ser útil y respetado por la ciudadanía como conviene, no debería meterse nunca en camisas de once varas, por mucho que un ministrillo populista se lo mande. El Ejército debe absoluta sumisión al poder civil, pero siempre dentro del marco de la Constitución y con arreglo a su estatuto profesional, pues, de lo contrario, podría también reeditarse el caso de que un presidentucho le mande invadir un país que no nos ha hecho nada. Eso de sustituir a los controladores civiles por militares en caso de huelga más o menos solapada debería pensarse varias veces, pero no Blanco, que no sé si está para esos esfuerzos, sino la gente, no sea que por esa deriva se llegue, después de un largo, tonto y estéril viaje circular, al lugar de donde venimos, una sociedad autoritaria y nada garantista. Éste Blanco, como casi todos los políticos de la actual Restauración, donde ven un problema, ponen otro. O dos más.