E­­­rradicar de los periódicos los anuncios por palabras en los que se ofertan esclavas sexuales, que no otra cosa son la inmensa mayoría de las mujeres cuyos «servicios» se publicitan en ellos, puede tranquilizar la conciencia de algunos, pues ojos que no ven, corazón que no siente, pero su efecto en la lucha contra la trata de seres humanos sería, por sí sólo, irrelevante. Esos anuncios tan ofensivos así para el buen gusto como para el alma, que se le cae a uno a los pies al contemplarlos, apenas llegan a sus potenciales destinatarios, los clientes de la prostitución, por la sencilla razón de que, aun en el caso de que alguno sepa leer, se abstiene rigurosamente de hacerlo. Los puteros, que tal es el nombre que en castellano reciben los que fomentan la esclavitud de las mujeres, no leen los periódicos. Zapatero, que anunció en el reciente debate sobre el Estado de la Nación su propósito de suprimir esos anuncios ominosos, sí los lee, y, en consecuencia, creería haber hecho una gran cosa contra la explotación sexual al abrirlos y no encontrar esos avisos que reducen a la mujer a la condición de mera y vil mercancía, pero nada se habría hecho, en realidad, contra ese negocio escalofriante de hampones y proxenetas que, simplemente, habría dejado de anunciarse en los papeles.

En la reciente acción policial llamada, con escaso tino, Operación Afrodita, y que se ha saldado con la detención de 69, vaya numerito, proxenetas, se ha descubierto que eran ellos, y no sus cautivas, los que ponían los dichosos anuncios en la prensa, aunque no hacía falta despliegue policial alguno para descubrirlo, pues basta observar que los números telefónicos de contacto se repiten en casi todos. Sí ha puesto de relieve esa operación, en cambio, que segar la punta del sucio iceberg, los anuncios, es fácil, pero que al iceberg-iceberg, que es la parte mayor que se halla sumergida, apenas le afecta ese cosmético lavado de nuestras conciencias.