Los balones botan y los ciudadanos votan, escribe Savater. Desgraciadamente, podrían intercambiarse los verbos sin problema. La influencia del fútbol sobre el electorado como arma política es obvia, y el hecho de que la inteligencia de los electores es tratada a patadas de balón por no pocos de sus políticos parece cotidianamente probado. Lo acontecido alrededor de muchos asuntos de la ciudad chorrea grasa con el terral de estos días. Pero ha sido alrededor del manoseado Puerto de Málaga donde ha acontecido la última majaroná, como diría Alfonso Vázquez –y que no hay que confundir en malagueño con la última majaraní, aquella perchelera llamada Anita Delgado que brilló en Kapurtala en la primera mitad del siglo XX–.

Habla, ciudad, habla

Lo del Puerto ha rozado el esperpento. Así que sólo cabe sentarse a ver los barcos venir, a ver los barcos pasar, mientras podamos, canturreando Una de piratas, de Serrat. Aunque, eso sí, esta ciudad que nunca es la ciudad entera sino sus fuerzas más vivas, como ocurre con todas las ciudades, ya puede presumir de haber dirigido a mejor puerto algunos proyectos ciudadanos a pesar de la histórica indolencia que la caracteriza. Lo hizo cuando salió a la calle como lo hicieron pocas en Andalucía reivindicando la Autonomía aquel 4 de diciembre de 1977, con mártir incluido, cuando en realidad lo que pedía era respeto, esperanza, futuro y libertad de una vez por todas. Lo hizo cuando, como un gigantesco abrazo, salió a la calle unida para plantar cara a la pistola que nos mató hace diez años a José María Martín Carpena.

Lo hizo cuando reivindicó la Aduana para Málaga, con los cuadros embalados del museo de Bellas Artes antes de que existiese el museo Picasso, porque era otra manera grande de pedir una Málaga mejor, cambiando el uso gris de un gran edificio que fue Gobierno Civil, a colorido y luminoso uso cultural en pleno centro de la ciudad.

Mar, impunemente

Y lo ha hecho estos días adhiriéndose al manifiesto que, entre otros, ha propiciado, a mi juicio valientemente, Salvador Moreno Peralta. Quienes se han adherido a Salvemos el Puerto de Málaga piden mayoritariamente tres cosas fundamentales para ese Puerto que les dejaremos como herencia urbana a nuestros hijos y nietos. Que no haya separación física del Puerto con la ciudad, como hoy obliga esa verja forjada de 1920. Que las volumetrías de lo construido no colisionen con el paisaje de uno y otro lado una vez incorporados. Y que no se instalen negocios que sólo aportan valor añadido a quienes los construyen, pero que no son necesarios para la ciudadanía y devalúan el ya delicado corazón urbano de la capital. O sea, en el lenguaje de algunos de los ya adheridos: que se tire la valla, que no haya mamotretos de cemento –sobre todo después de haber tirado el silo por eso mismo en vez de reconvertirlo- y que no pongan junto al mismísimo mar un supermercado. ¡Quién puede decir mar impunemente!, que dejó dicho como un truco de magia Rafael Pérez Estrada.

En defensa propia

He estado en todas esas manifestaciones de ciudadanía, por edad ya, y por vicio. Conviene, como decía De Loma ayer, reflexionar acerca de la importancia de las decisiones de nuestros políticos, aunque anden en estos tiempos en su reino más que en nuestra república cotidiana del salir adelante. Por eso nos quedamos a ver los barcos venir de vez en cuando, mientras la charanga de su verborrea electoralista nos revienta los tímpanos, aún desde tan lejos. Si no fuera porque nos obligan a estar permanentemente en defensa propia, nos parecería divertida la cabriola del PP malagueño de pedir el derribo de la verja. Lo hizo esta semana, después de que el alcalde De la Torre decidiera parar la última modificación del plan del Puerto al notar el aliento del manifiesto de cuarenta ciudadanos contra la misma, al que se han sumado muchos más. Pero es que ese pararse a «reflexionar» lo hizo el mismo alcalde que se había empeñado antes en convencer a los directores de los medios malagueños de las bonanzas de esa última modificación del puerto, Carrefour de «alta gama» incluido.

Verja, no

Pero es que la campaña por el derribo de la valla la hace el PP que ha tenido años y años para plantarse con ese órdago a la hora de consensuar ningún plan con la Autoridad Portuaria. Ayer, era María Gámez, nunca tan precandidata municipal, quien contestaba a la maniobra del PP con otra maniobra: la Junta tirará al fin la valla para abrir el Puerto a su ciudad. Enrique Linde se tragaba el sapo tras las ventanas. Eduardo Tamarit, de la consejería de Obras Públicas, advertía al alcalde que tendrá que poner de su parte para facilitar técnicamente la solución, sacrificando un carril de circulación si es necesario a favor del peatón que trasiegue de su ciudad a su puerto y viceversa. Y colorín colorado, y a pesar de los muchos pesares, a uno le gustaría alegrarse de que De la Torre haya dado marcha atrás, y de que María Gámez haya dado por fin un paso adelante –ojalá dé más-. Pero uno ya no se cree casi nada de este todo, y pasa cada vez más tiempo viendo los barcos pasar…

Nota

Leo la nota de prensa que explica la ardua tarea de la Oficina del Metro para consensuar con los vecinos de La Luz y de La Paz el nombre de la futura estación en la zona. Al final del folio se desvela el nombre: Estación «La Luz, La Paz». Vale… porque hoy es sábado.