Hace ahora dos semanas de la victoria de España en el Mundial de Sudáfrica. Las aguas han vuelto ya a su cauce y la euforia deportiva ha dado paso lógicamente a la normalidad cotidiana, que ha devuelto la visibilidad al acontecer de la política nacional e internacional. La masiva manifestación contra la sentencia del Estatuto catalán o la actitud de los nacionalistas vascos y catalanes ante la secesión de Kosovo, avalada por el Tribunal de La Haya, han vuelto a poner de relieve los claroscuros de la política territorial española y de su integridad como nación, promovidos por un nacionalismo de vía estrecha que confunde la diversidad de España y su estructura política autonómica, cuyo techo competencial se encuentra en la propia Constitución, con un afán independentista que no responde a la voluntad mayoritaria de los ciudadanos de España ni de las propias nacionalidades históricas. La gesta deportiva de nuestra selección nacional, que no entendía de diferencias políticas ni territoriales, y que competía bajo una única bandera, ya no es actualidad y resuenan de nuevo los ecos del independentismo catalán o vasco, impulsados por una burguesía que ha necesitado siempre a España, bien para enriquecerse gracias a una fuerza de trabajo procedente de las comunidades españolas más pobres, o bien para influir en la política general del Estado y poder así defender sus propios intereses de clase. Han pasado ya catorce días de la victoria en el mundial de fútbol, y la euforia ya ha desaparecido aunque siguen ondeando las banderas en muchos rincones del país, como recuerdo de la hazaña de nuestros futbolistas y como demostración palpable de que este fenómeno propiciado por la competición deportiva ha ido más allá, y ha supuesto una percepción distinta de lo español en el interior del país y fuera de él. Mientras, hemos permanecido atentos a la llegada de Alberto Contador a los Campos Elíseos con el maillot amarillo y no podemos olvidar, ahora que hemos vuelto a la normalidad, que la lección de buen juego de nuestros futbolistas no ha sido la única que estos jóvenes nos han dado. Que lo más importante no ha estado sólo en la obtención del campeonato, sino también en el espíritu de sacrificio y de trabajo en equipo, en su estrategia solidaria sobre el terreno de juego, y sobre todo en sus declaraciones a los medios de comunicación hechas desde la honestidad y desde la modestia que han sido un verdadero ejemplo. Este antidivismo contrasta con la arrogancia del famoseo mediocre que pulula en las pantallas de televisión. Todas estas cualidades son propias de una nueva generación de jóvenes españoles que creen en el trabajo y el esfuerzo, y que defienden con tesón los colores de un país llamado España; pero, también estoy seguro, esas cualidades las han desarrollado gracias al míster que tenían, a D. Vicente del Bosque, ese técnico parco en palabras pero claro en las ideas que ha llevado a la selección española a la cumbre del fútbol mundial. Sus palabras siempre han sido una muestra de serenidad, paciencia y conocimiento, tres cualidades que ha sabido transmitir a sus jugadores, y que ya querríamos para muchos de nuestros políticos. Por eso, entre tanta mediocridad esta sociedad necesita líderes honestos que sepan hacer su trabajo, que disfruten con ello, y que tengan la entereza necesaria para no dejarse vencer por la adversidad o la suficiente humildad y generosidad con el contrario cuando se consigue la victoria. Y Vicente del Bosque es un hombre claro, honesto y trabajador, que además no necesita salir en la foto, de la que siempre se retira prudentemente para que se centre toda la atención en sus jugadores. Quizás no estemos acostumbrados a esta generosidad y a esas cualidades que han adornado el comportamiento ejemplar de los jugadores y del entrenador de la selección española. Para María Zambrano (Claros del bosque, 1977), el claro del bosque era un lugar intacto, que se abría en el solo instante en que se encontraba. Nosotros, estos días, hemos encontrado el ejemplo de Vicente del Bosque, nuestro claro del Bosque, que ha de seguir permaneciendo entre nosotros como ese lugar intacto, ajeno a las miserias de la condición humana. Permítanme para finalizar esta licencia literaria, y mi atrevimiento al citar a la pensadora veleña con el único objetivo de jugar con las palabras, y manifestar así mi pequeño homenaje a quienes de forma callada pero eficaz y honestamente construyen día a día este país y su lugar en el mundo.