Y a me lo advirtieron Suso de Toro y José María de Loma: José Andrés, una columna semanal es una tarea exigente, has de tener cada semana una idea digna de ser contada. Así que quiero empezar agradeciendo la idea de esta semana a una simpática ciudadana de mi pueblo, una amable mujer de derechas, que a la par que atiende su negocio regala sus opiniones políticas. Lo cual, bien mirado, no es muy distinto de lo que hace la prensa convencional.

Si lo piensan bien, habiendo más de ocho mil municipios en nuestro país, también es mala suerte que uno de los trescientos cincuenta diputados sea de tu pueblo, sobre todo cuando es del partido contrario. Parte de la belleza de la democracia, y de su bondad como forma de gobierno, es la competición entre las diferentes opciones. Así que es normal que en esa disputa algunos de los esfuerzos se dediquen a neutralizar las ventajas del contrario. Con ese objetivo mi paisana ha encontrado una magnífica perla de y sobre comunicación política: para lo único que sirve el diputado local es para aplaudir desde su escaño. Es verdad que ese argumento perjudica también a los diputados de su partido, pero para ella esa es una cuestión menor, porque no son del pueblo. Cualquier diputado se sentiría extraño con la imagen de que lo único que hace es aplaudir desde su escaño. Fundamentalmente porque, como es bien sabido, los parlamentarios no pasamos mucho tiempo en el escaño, sea aquí o en el Senado norteamericano. Un parlamentario pasa más tiempo en su despacho preparando iniciativas, contestando al correo o recibiendo visitas; o fuera del despacho, acompañando a sus alcaldes o yendo en nombre de ellos a cabildear a los ministerios; o a reuniones de comisiones parlamentarias a las que rara vez asiste la prensa. Obviamente nada de eso sale en los telediarios.

Los telediarios son precisamente la clave de esa imagen que transmite mi paisana. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, los telediarios son el medio fundamental de información política. Seis de cada diez españoles se informan diariamente a través de ellos. Eso supone una proporción tres y cuatro veces mayor que quienes lo hacen por la radio y por los periódicos respectivamente. Teniendo en cuenta que un telediario viene a durar unos cuarenta minutos, y que a los temas políticos dedica unos ocho o diez minutos, un poco menos que a los deportivos, no queda mucho para informar sobre el Parlamento.

Así que, constreñidos por el tiempo, los telediarios dedican un par de minutos a la actividad parlamentaria, que obviamente concentran en los grandes debates en el hemiciclo. La lógica de la otra cámara, la de televisión, es captar la acción: enfoca al orador cuando está hablando y enfoca a la bancada cuando lo aplaude. Con un poco de suerte, si el diputado local resulta reconocible en el barrido que hace la televisión, se le verá aplaudiendo durante una décima de segundo. Todo casi más rápido que el ojo humano pero, con algo de ideología antipolítica, da para construir una historia que recordar.