Vacaciones de políticos

Tengo ganas de que lleguen las vacaciones. No las mías, no. Las de ellos, las de los y las primeras figuras de la política española. Estoy harto de encontrarme Zapateros, Marianos y Montillas hasta en los tazones de gazpacho andaluz (uno de los tres es cordobés, adivina adivinanza). Veo el estatuto catalán incluso en las farolas, pegado con cinta adhesiva y con unas tiras recortadas con el teléfono del Molt Honorable: es un tema que de importante se ha vuelto cansino y agotador. Está en manos de la divina providencia, entendiendo como tal, y con permiso de Dios, la capacidad suprema de nuestro presidente del Gobierno de hacer lo que le sale de los propios, pasándose por el forro de los mismos sentencias y otras zarandajas. En resumen, que hará lo que le apetezca o más convenga para sus fines electorales. Total, igual piensa que para lo que le queda en el convento, pues a hacérselo dentro.

Se me revuelven las tripas cada vez que Soraya, Pepín, González Pons o Leire abren la boca para divertirnos con su sagaz e irónica oratoria. Necesito perderlos de vista, olvidarme de su existencia, aunque sea por una temporada corta. Sé que a la vuelta los encontraré ahí, aleccionándome en el arte de la manipulación y enseñándome como montárselo bien sin pegar un palo al agua. Librarse de su compañía por un tiempecito se promete reconfortante y tranquilizador; si no están por ahí, no pueden meter la pata. El que no hace algo no se equivoca.

Para terminar por el momento, otorgar la atención merecida a Cándido Méndez y Fernández Toxo. Dos personajes perdidos en combate, que se suponían desaparecidos en la espesura cuando en realidad estaban tumbados a la bartola, y que ahora, al oír los tiros y percibir que alguno les podía alcanzar, han salido de su suite y se han puesto las pilas. Dos que jamás de los jamases deberían haber estado de vacaciones tanto tiempo. Dos que tienen mucho trabajo atrasado por recuperar. Dos que no han cumplido.

Tomás Salinas García.

Málaga

El peor de los escenarios

Ahora que habíamos pasado la euforia por ganar el Mundial de fútbol de

Sudáfrica, el sistema se quita el velo y -«¡waka, waka!»- nos hace tocar tierra. Los que manejan los hilos de esta gran marioneta han publicado el resultado de los test de stress aplicados a la banca española; se ve que no la sometieron a la máquina de la verdad, que se hubiera roto, de risa, claro: aprueban aún propinando patadas en el pecho a miles de familias que han perdido su vivienda, embargada, por quedarse sin recursos. Hechos delictivos, con premeditación, nocturnidad y alevosía, que permite la clase política sin poner puertas al voraz ansia de los bancos.

Una nota de color, la condonación de la deuda externa a Haití, entre las múltiples transacciones diarias de explotación Norte-Sur. África sucumbe como las víctimas de un nuevo y gigantesco holocausto, mientras las multinacionales farmacéuticas amenazan a Bill Gates para que no distribuya a precio genérico la vacuna contra la malaria del español Pedro Alonso. Mafia pura, legal pero irracional.

Y cuando ser español y pasear tu bandera se jalea como el buen fútbol, el ministerio del Interior saca unas directrices espoleando a la Guardia Civil de Tráfico a multar cuanto más mejor, para las arcas claro: el nuevo baremo prima la imagen arcaica del agente sancionador sobre la del funcionario que, ante todo, vela por nuestra seguridad en la carretera. ¡Más madera! Flaco favor a la labor de unos señores que a veces se juegan la vida en las autopistas y caminos rurales para socorrernos cuando más falta nos hace.

Julio Tapia Yagües.

Benalmádena