Hipocresía, demagogia, recorte de libertades, debate politizado y nacionalista, farsa... La estocada de muerte que Cataluña propinó el miércoles a las corridas de toros ha desatado el furor taurino de muchos. La parte indignada ha servido de pasto para la mayoría de medios de comunicación, que han visto cómo el verano –que informativamente suele ser tan interesante como un capítulo de Pocoyó– se aviva con las voces de los que quieren perpetuar la muerte en la arena. Los que ganaron la votación, poco o nada han salido en los papeles (lean ahora las primeras líneas de este artículo). La erótica de la derrota es mayor que la de la victoria. Aseguran los políticos andaluces que aquí esto no pasará. Que de Huelva a Almería y de Cádiz a Córdoba estamos a favor de la Fiesta. Bueno, no saquen mucho el pecho, señores. Vaya a ser que tengan que esconder de repente la predicción en el burladero –acción política muy en uso, por cierto–. Creo que las corridas desaparecerán de forma natural, como los cedés. Las plazas de toros, al igual que las tiendas de discos, irán transformándose en otra cosa –quizá un día La Malagueta se convierta en un Mercadona de alta gama–. Pero la verdad es que me inquieta más la opacidad de las cuentas del Festival de Cine de Málaga y la inclinación de la rampa del Puerto (¡eso sí que es un debate!) que el destino del coso malagueño.

Y como las noticias felices no vienen solas, un día antes de la puntilla a los toros en Cataluña, el Ayuntamiento desveló en nombre del pregonero de la Feria: Javier Ojeda. El cantante, que últimamente tiene encandiladas a todas las corbatas de la ciudad, se ha ganado a pulso la invitación. Porque Ojeda pregona a diario, sin aliento y sin atril, la calidad artística de su ciudad. Lucha contra la preconcebida idea de que la música malagueña está representada por gente poco profesional y adicta al pasotismo. Cree en la juventud local que empuja, crea, se rebela y es capaz de unirse para lograr un objetivo. Con Danza Invisible y sin ellos. De día y de noche, Javier Ojeda gasta su energía –tiene para doce vidas– en conseguir para sus compañeros de profesión lo que él ya no necesita porque lo tiene, como el reconocimiento, el respeto y la justa remuneración por el trabajo. Y lo mejor es que no se casa con nadie y suele ser muy crítico con lo que considera injusto y con lo que no le gusta de Málaga y de sus políticos. Seguro que si le preguntaran por la polémica taurina arrancaría diciendo: «lo que habría que hacer son más conciertos en La Malagueta». ¡Olé Ojeda!