Media España se encuentra estos días en alerta roja a causa del calor, pero también por culpa de la abolición de las corridas de toros en Cataluña. Arden las neuronas como arden los bosques, propagándose un incendio que salta de cabeza en cabeza a la velocidad del rayo. La palabra que más se repite es libertad. Libertad para hacer paellas y tortillas de patata, que es lo próximo, según algunos, que prohibirán los parlamentos democráticos. La abolición de la fiesta nacional augura, según otros, el regreso de la Inquisición. No sé, no sé. Si a los inquisidores se les hubiera ocurrido el toreo como forma de tortura, lo habrían puesto en práctica de inmediato. A los inquisidores les volvían locos los estoques y las banderillas (de fuego, mejor) y la sangre con moscas en general. Pero si disfrutaban con algo, era con la muerte. El potro y demás artilugios de descoyuntar cuerpos sólo tenían un fin: el óbito. En los toros, la defunción es también muy importante. Torear sin matar es, por lo visto, una cosa de nenazas. En fin, que tenemos un dilema: el de no saber si somos más libres con toros o sin toros. Cabezas eminentes de uno y otro lado de la barrera se contradicen para estupor del pueblo.

Lo cierto es que si en la Transición, cuando había motivos sobrados para el cabreo, se cantaba "Libertad sin ira", ahora, que deberíamos gozar de más sosiego, el furor está a la orden del día. Quiere decirse que acabamos de descubrir los placeres de la libertad con ira. El mismo Rajoy, que no se altera por nada y que hasta ahora sólo leía el Marca, ha entrado en la discusión con una violencia inusitada para sus costumbres. Es como si le hubieran prohibido las carreras ciclistas. Ni papeles del Pentágono ni reforma laboral ni leches. Lo que a los españoles nos pone son las corridas, o su ausencia. Nos une lo que nos desune. O viceversa. Podríamos decir que nos une la desunión, o que nos desune la unión, ahora no caigo. Somos un pueblo grande, un pueblo enorme. Sólo salimos en las primera páginas de la prensa extrajera en contadas ocasiones, pero siempre por razones pintorescas. Estamos deseando que se prohíba arrojar cabras vivas desde los campanarios, para ver qué pasa.