Johan Le Guillerm es un artista francés del que se dice que ha reinventado el circo. Se le define como un «domador de objetos». Parece que es un maestro del equilibrio pero, como hallazgo, basta la idea de un «domador de objetos», aplicada de otro modo, porque es lo que quisiéramos ser los manazas en cualquier tecnología, los que vemos en un electrodoméstico un electrosalvaje. Desde la incorporación de los componentes electrónicos a todo, la situación no ha hecho más que empeorar: acercarse a un electrosalvaje por detrás, agarrarlo por la cola y enchufarlo a la pared no garantiza que vaya a funcionar.

La sociedad ha ido hacia que cada particular sea un manitas para la tecnología (como exige la electrónica aún más que la mecánica) y pueda ser un manazas de lo demás. Crecen todo tipo de servicios, desde asesores que te arruinan a entrenadores personales que te dicen lo que tienes que hacer, pero tiende a desaparecer la persona llegaba con las cajas de los electrodomésticos, los instalaba, sintonizaba y programaba, aquel domador de objetos imprescindible para sobrevivir. Algunos almacenes y cadenas mantienen ese servicio pero cuando el tipo se va, pasa un tiempo y hay un apagón o en un barrido que desconecta cables o se cuelgan los programas ¿Qué haces? O eres un domador de objetos o tienes un hijo adolescente o estás muerto en mitad del camino con un libro de instrucciones ininteligible en ocho idiomas.

Nadie nos ha enseñado a entrar en la jaula con equipos electrónicos corrientes y a mirarles fijamente al «display» para demostrarles quién manda y que mente superior domina a una muy baja inteligencia artificial. Nadie recoge en mitad del camino al analfaelectrónico incapaz de distinguir con qué liga la hembrilla y qué cable va con qué pinza, al marinero en tierra con un odio en cada puerto de serie.