La supresión de las corridas de toros por razones humanitarias es comprensible, aunque me parezca una hipocresía. El sufrimiento de animales de los que nos alimentamos, como vacas, cerdos y aves condenados a vivir encajonados y con ceba artificial, sin conocer la vida natural, parece muy superior al del toro de lidia, pero se puede entender que el espectáculo hiera la sensibilidad de mucha gente. Lo que resultaría tonto es la supresión de las corridas para marcar la diferencia con España, y la decisión del Parlament deja un aroma a eso, aunque el pretexto sea humanitario. Digamos que ellos se lo pierden, pues los toros encierran la más bella y recia representación de la naturaleza humana, captada en su mismo origen –la preeminencia sobre el animal- y en su realidad indeleble –la presencia del animal en nosotros. Una liturgia semejante debería ser declarada patrimonio de la humanidad.