En un no sé si muy conocido poema, dice el gran Jorge Luis Borges: «La meta es el olvido./ Yo he llegado antes». Cito a Borges por varias razones. La primera porque es enorme y es difícil recorrer caminos que él no hubiese andado ya. La segunda porque el poeta Francisco Peralto lo refiere constantemente en su último libro 1-I.

De vez en cuando, Paco Peralto nos envía a los amigos tesoros enormes como éste, encuadernado en media piel de un bellísimo color azul, que nos eriza el vello ya desde el principio, desde que abrimos el acorazado paquete postal en el que viene protegido.

Luego está lo de dentro, que es una forma algo burda de nombrar el alma. Hay libros que son como heridas. Acaso vivir no sea más que eso, ir viendo uno cómo se le abren heridas todo el tiempo, y cargar con ellas. En este libro-herida está el alma de Peralto por todas partes (quizás por eso el libro es tan blanco), pero hay tantas cosas que yo mismo hubiera querido decir, tantas certezas que sólo supe que sabía cuando las leía escritas por él, que bien podría sostener que en este libro está el alma de muchos, de todos aquellos a quienes, alguna vez (o todas las veces), les fue negado un lugar bajo el sol, y sin embargo siguieron adelante confiando en sus fuerzas y en su rebeldía, en las fuerzas que sacaban de su rebeldía.

Peralto, el eterno inventor de libros, el gran heredero de los míticos poetas impresores malagueños, el que ha construido una obra desde la vanguardia, la originalidad y, sobre todo, la más pura honestidad poética, el que se ha pasado la vida escribiendo, imprimiendo, encuadernando sus obras (y las de muchos amigos, siempre con la más amplia generosidad, aunque no siempre correspondida), con ese afán de «crear belleza (…)/ pero en solidaridad con el hombre que/ como yo mismo/ trabaja constante», vuelve a ser en 1-I el claro poeta que no esconde jamás nada entre los versos (su prosa es verso con otra ropa), el que usa de la poesía para mostrarse, el que la deja brotar libre sabiendo que a veces brilla en ella el oro de lo inefable.

Peralto lleva décadas demostrando su talla poética y, sin embargo, si usted, que tiene la paciencia de leerme hasta el final, siente curiosidad y se acerca a una librería a buscar una obra de Francisco Peralto, es muy posible que no la encuentre. Tal vez por eso, a Peralto, que es un poeta al que nadie ha podido callar jamás pero al que acosan inmensos silencios (especialmente el de su ciudad, tan madrastra con él como con tantos otros) a veces, como ahora, en este último libro, le he visto escribir desde el dolor, desde la amargura, pero siempre y sobre todo, ahí está su mérito, desde la firmeza, desde lo profundo, desde su verdad de hombre entero, cierto, inquebrantable, desde su altura de poeta clamoroso y libre.