Javier Ledesma, que fue ministro de Justicia con Felipe González, reveló ayer una noticia que yo al menos no conocía y que, aunque pueda parecer una anécdota, trasciende o debería trascender hacia la categoría. Cada cierto tiempo, el ministro de Justicia de turno ejerce de anfitrión con todos sus antecesores en la democracia. Y así, gente tan diversa en lo personal y en lo ideológico como Landelino Lavilla, el propio Ledesma, Enrique Múgica, Tomás de la Quadra Salcedo, Juan Alberto Belloch, Margarita Mariscal de Gante, Ángel Acebes, José María Michavila, Juan Fernando López Aguilar o Mariano Fernández Bermejo comparten mesa y mantel, olvidan viejas diferencias y opinan sobre las cuestiones que pone sobre la mesa el ministro de turno, ahora Francisco Caamaño.

¿Sucede eso en alguna otra dependencia ministerial? ¿Es posible que gentes de ideologías y partidos diferentes sean llamados por quien manda ahora para preguntarles, conocer su opinión y aprovecharla? Es raro, pero es una gran idea. En este país desperdiciamos mucho talento y mucha experiencia, especialmente la de aquellos que han ocupado cargos importantes y conocen los entresijos y los problemas de la cosa pública y ya no tienen ni la ambición de volver ni la de escribir en el Boletín Oficial ni, incluso, la del dinero. La mayoría han llenado su ego y opinan ya desde una cierta distancia que da paso a la objetividad. Es una gran idea que debería extenderse a otras áreas del poder.

Tampoco sucede en las empresas, consejos de administración, organismos institucionales, organizaciones profesionales. Se desperdicia mucho talento. Y algo así haría falta ahora que hablamos de reconducir el Estado por culpa de la crisis. ¿Cargarnos la Constitución, acabar con las autonomías? Los experimentos, con gaseosa. Antes de entrar en ese debate habría que escuchar a los que saben y no meterse en terrenos pantanosos. Ni hay el consenso imprescindible y mayoritario para el cambio constitucional ni sería oportuno abrir ahora ese debate. La España de las autonomías, de la descentralización, del poder compartido es una buena idea que ha ayudado a construir la España de todos.

No es un problema de configuración del Estado, a pesar de sus disfuncionalidades. Por eso, tal vez podríamos buscar a unos cuantos «ex» que fueran capaces de proponer, desde su experiencia y su independencia, cómo limpiar la casa, eliminar lo que sobra, las duplicidades, los «puestos para amiguetes» o miembros del partido descolocados, los asesores sin límite y sin necesidad, las «embajadas», los dispendios es decir cómo hacer un Estado moderno, racional, austero, reducido a lo necesario al servicio de los ciudadanos, no de los políticos de turno. Durante años hemos ido acumulando grasa, colesterol en el organismo. Necesitamos algo parecido a un lifting. Si no lo hacemos, el problema será de obesidad mórbida. Y en esa operación, cascan muchos.