En lugar de dormir hasta la hora de comer como hacía con 17 años, hace un par de semanas, el sábado 40 jóvenes decidieron que preferían acompañar a su profesor de Historia a primeras horas de la mañana. El objetivo era vivir una aventura por las calles de Malaga. No, no me refiero a la aventura de los descamisados en la Feria de Malaga o la de recoger los desperdicios del botellón del día anterior, sino a la aventura de la Historia, la historia de Malaga. El sitio de la cita se envió mediante un anónimo y era en la casa de las siete cabezas.

Allí, tras una reunión, breves instrucciones y un papel con un objetivo y unas pistas, comenzaba un sendero por los personajes más variopintos de la historia, arte y literatura de la ciudad. Un entramado de señuelos tejidos muy finamente por un hilador, que con gafas y voz aguda dejaba entrever una sonrisa de satisfacción, porque sabe que sus alumnos están aprendiendo y disfrutando, pero con un punto maléfico en sus muecas pues el reto de encontrar las pistas que le lleven al fin de la búsqueda no son fáciles.

Él esta satisfecho, su objetivo, que los niños disfruten aprendiendo y que tengan la inquietud por aprender de su ciudad que es su pasión, compensan los días que se ha se ha pasado recorriendo todos los rincones de la ciudad, buscando datos, escondiendo pistas y preparando con ilusión un mundo mágico en el que conviven personajes como Acteon, Manuel Loring o el Comandante Benítez y lugares como el Puente de los Alemanes, la plaza de la Merced o el Teatro Cervantes. Finalmente, tras horas de carreras, citas, preguntas y fotografías no hay vencedores ni vencidos, todos ganan y lo celebran con un aperitivo en alguna tasca de la ciudad. Bueno, sí que hay ganadores, todos los ciudadanos que seremos beneficiados porque gracias a este profesor una parte de la futura sociedad malagueña conoce un poco mejor su historia y sobre todo tiene inoculado el gusanillo de aprender de ella, y quién sabe si de trabajar por y para ella. Para Málaga, para nuestra Málaga.