Los hijos de la modernidad que desconfían del internet posmoderno, el de las redes sociales, han encontrado un nuevo y tal vez incómodo aliado en la persona de monseñor Antonio María Rouco Varela, que acaba de ser reelegido como presidente de la Conferencia Episcopal Española. La historia los cría y el desconcierto los junta.

La jerarquía de la Iglesia Católica ha desconfiado tradicionalmente de aquello que no controla. En su momento fueron las formas de arte paganas, luego los libros que se podían imprimir por millares y para los que se inventó el nihil obstat. En el siglo pasado el demonio se agazapaba en las oscuras salas de los cines y de nuevo la Iglesia salió a prohibir en defensa de las almas en peligro. En compensación, había cintas recomendables, como hubo libros fuera del índice y obras de arte ejemplares. Ahora, monseñor Rouco advierte de que el mal también acecha en el ciberespacio, y en especial en las redes sociales, donde hay mucho de bueno pero también mucho de malo. Admite que «la cibernética» juega un «papel relevante» en la conquista de la libertad, pero avisa e que la red expone a los jóvenes «a la influencia desorientadora del relativismo» y las redes sociales en particular propician «un estilo de vida virtual, vacío, paradójicamente, de encuentros y de relaciones verdaderamente personales».

Si los obispos son listos no esperarán mucho para empezar a crear sus propias redes y a comunicarse con los fieles a golpe de «tweet» y de «post» en Facebook, que resulta ser un espacio ideal para la divulgación y comentario de la doctrina. Mientras tanto, su desconcierto es el mismo que sienten los hijos de la era moderna, acostumbrados a la comunicación «hacia» las masas. La modernidad fabrica y distribuye mensajes con la misma lógica industrial que envía al mercado millones de unidades idénticas de cada producto, y las redes sociales parecen desafiar el esquema (el paradigma, se dice ahora), aunque no tanto: en realidad, la mayoría de lecturas corresponde a los «tweets» y «posts» de una minoría de emisores. La diferencia es la espontaneidad con que emergen y caducan estos líderes de opinión, tan distinta a la complejidad y al coste de crear y afianzar un medio industrial.

Y tampoco vamos a exagerar: en situaciones tranquilas (lo de las revueltas es otra cosa) las máximas audiencias en las redes sociales las consiguen personas e instituciones que ya son famosas gracias a los medios tradicionales; medios que continúan funcionando con la lógica industrial de John Ford, cuyos clientes podían elegir el color de su Ford T siempre que fuera el negro.