Decir que Mourinho es un prepotente o un payaso me daría cartel en este artículo. No lo voy a decir. No tiene mérito sacar pecho malaguita frente a las declaraciones del galáctico entrenador, como hacen algunos calentando el ambiente ante el partido de esta noche por razones de toda índole, económicas e incluso políticas, aún a sabiendas de que el pescozón teledirigido ni le va a llegar ni le va a suturar su herido orgullo al compararle un periodista con el actual entrenador del Málaga, Pellegrini, en la etapa en que éste también entrenaba al Madrid.

Mourinho, balón y visa de oro del fútbol internacional, contestó con el espíritu competitivo de un niño cogido en falta que si a él le echasen del club blanco nunca terminaría de entrenador en el Málaga como Pellegrini, en una clara alusión a la escasa relevancia del club blanquiazul. La apreciación es objetivamente impecable –a pesar de que para mí el Málaga siempre será un gran club–, pero la falta de delicadeza ante los aficionados del Málaga (aunque haya sido un equipo ascensor entre la primera y la segunda división durante sus cien años de historia) no es educada. Y el poco estilo con su colega chileno absolutamente innecesario. Mourinho se lía solo, aunque parezca que marca los tiempos de este juego paralelo al fútbol que es el burbujeo mediático, y los demás saltan a su comba encantados y sin cansarse. Sin embargo, toda esa farfolla reiterada del negocio deportivo, que no del deporte, no es asunto nuestro, en realidad, como para dedicarle tanto espacio.

Sí lo es más que el Málaga le gane al Osasuna el domingo –si es que damos por perdido el partido contra el Madrid– y que gane todos los partidos posibles que le quedan para no terminar la liga al borde del hueco del ascensor en el que ahora está, a pesar de tanto fichaje y tanto golpe de talonario qatarí. No sólo nos jugamos la emoción de identificarnos con unos colores, algo que ha perdido mucha de su lógica desde que los clubes de fútbol se convirtieron en sociedades anónimas deportivas. Nos jugamos perder presencia del nombre de la ciudad en cada telediario, el beneficio que generan los aficionados asistiendo a partidos con clubes estrella, el estímulo a la cantera, cierto orgullo bien entendido de ser de primera, etc.

Panem et circus fomentaban los emperadores romanos. Lo que nos debería interesar de verdad, por encima del «circus», es el pan que a algunos empieza a faltarles. Ni siquiera es tan relevante la indignación de los ciudadanos que sí pagan sus impuestos al saber que el concejal de Urbanismo de Málaga se ha ahorrado un dinero, precisamente, con una licencia de obra tasada muy por debajo de su dimensión real para pagar menos. Ni siquiera la rabia creciente de ver cómo aumentan los falsos prejubilados en el asunto de los ERE de la Junta y comprobar la vinculación de éstos al partido gobernante.

Lo que importa es la nueva subida del paro, que dispara seriamente al futuro de esta ciudad.