Dado que el principal consuelo de mi vida, la lectura, de no ser por la existencia de bibliotecas públicas no podría tenerlo, noto que en los libros prestados algunos lectores los subrayan, escriben en ellos e incluso los utilizan como tribuna en la que exponer sus opiniones, generalmente absurdas.

Para los optimistas que creen arreglarlo todo con la cultura, yo encuentro en estos burdos y egoístas actos una contrarrazón irrebatible. Es decir, que más de uno (¡y más de mil!) de los que, por su supuesta cultura, se tienen a sí mismos tan en alta estima, hacen con los libros de todos lo mismo que hacen con las paredes quienes las embadurnan, entre quienes, dicho sea de paso, tampoco faltan titulados superiores.

¿En qué escuela se dan clases de dignidad? En ninguna, por supuesto. La dignidad habita en la conciencia del hombre y, quien no tiene conciencia, por muchos títulos que esgrima para justificar su sapiencia, será siempre un rufián.