El reconocimiento del proyecto Andalucía Tech como Campus de Excelencia Internacional fue, qué duda cabe, un logro indudable de las universidades andaluzas de Sevilla y de Málaga, cuya obtención fue fruto de una visión estratégica de la universidad que fue coordinada acertadamente por las dos instituciones académicas. Así lo puse de manifiesto en las páginas de este mismo diario hace ya algunos meses, en el que insistí en la importancia que ese reconocimiento podía tener para el conjunto de la comunidad universitaria. En esta ocasión, deseo detenerme, sin embargo, en otro aspecto que a mi entender puede poner en cuestión los logros que puedan alcanzarse en el marco del Andalucía Tech.

La consideración de Campus de Excelencia vino determinada por el reconocimiento hacia un proyecto que, compitiendo en convocatoria pública, supo vislumbrar con claridad, pertinencia y oportunidad el futuro de la universidad andaluza a partir de sus dos polos universitarios más importantes. Asimismo, las universidades de Málaga y de Sevilla se sitúan además en los dos contextos de mayor empuje económico y social de la comunidad autónoma, en medio de un escenario de profundo cambio tecnológico que está afectando al sistema productivo, y también al quehacer universitario. La relevancia de ese contexto fue, sin lugar a dudas, un factor que condicionó en positivo aquella designación. Qué duda cabe que la actuación conjunta de las universidades de Málaga y de Sevilla en un plan coordinado de modernización y actualización de la universidad es una oportunidad para implementar políticas académicas y científicas que reviertan positivamente sobre el conjunto, y poder vertebrar adecuadamente el Espacio Europeo de Educación Superior en Andalucía a través de dos de sus universidades más importantes. Sin embargo, podemos caer en ciertos errores a los que nos puede conducir el nominalismo imperante, producto de supuestas técnicas de marketing y de publicidad que confunden la realidad con la imagen de marca, o viceversa.

El término excelencia se atribuye, cuando no nos referimos al tratamiento de cortesía hacia alguna persona, a algo que sobresale, que es muy bueno, o que tiene calidad superior. En este sentido, una universidad de excelencia será aquella que destaca, que sobresale, o que es muy buena. Una universidad no será excelente por el solo hecho de obtener el reconocimiento a un proyecto. En el mejor de los casos, lo será por haber obtenido la confianza para poner en marcha dicho proyecto. La excelencia habrá de pasar por la mejora de la calidad en todos los procesos, pero no de manera formal, sino de manera efectiva, corrigiendo las deficiencias observadas después de rigurosos y honestos procesos de evaluación.

La certificación de calidad realizada solamente sobre protocolos evaluados sobre el papel no es ninguna garantía. Las acreditaciones deben ser el resultado del análisis de esos protocolos in situ, y deben garantizar su cumplimiento. Son numerosos los procesos de evaluación de la calidad que se quedan en la simple burocracia, y no dan tiempo al desarrollo de estrategias administrativas o educativas que sean fruto de una evaluación constructiva y flexible. Para ello hay que dotar a los agentes que intervienen en el funcionamiento ordinario de las universidades (servicios administrativos, departamentos, centros, grupos de investigación, etc.) de los recursos financieros y materiales necesarios para conseguir los resultados que permitan alcanzar la calidad y, por tanto, la excelencia. No hay excelencia sin calidad, entre otras cosas porque la excelencia es un atributo superior de la calidad. Y no puede haber una universidad de excelencia en la que sus rutinas no sean de calidad. Se trata de una contradicción in terminis, que no puede pasar desapercibida, y que de no resolverse adecuadamente puede situarnos ante el espejismo de considerar que la marca es el proyecto, y que la calidad son solo los protocolos que la definen.

Estoy convencido de que los responsables de nuestras universidades son conscientes de este asunto, y que pondrán todo su empeño en evitar la existencia en su seno de universidades paralelas de ritmo y categorías distintas. Andalucía Tech es un proyecto de vital importancia para nuestras dos universidades, y puede servir de eficaz catalizador y ejemplo de la mejor renovación de la universidad.