La derecha española más indignada, encalambrinada y colérica, lleva siete años pidiendo una revuelta popular contra el presidente Zapatero. Primero, por su supuesta implicación en las maniobras de ocultación de la verdadera autoría de los atentados del 11-M. Después, por su supuestos pactos con ETA para desmembrar España y entregar Navarra a un País Vasco independiente. Y, por último, como supuesto único responsable de la crisis económica mundial y de los casi cinco millones de parados que hay en nuestro país. «¿Qué pasa con la gente, que no se echa a la calle para protestar? ¿ Donde está esa juventud luchadora? ¿Qué hacen los sindicatos?» se oía gritar desde algunos minaretes radiofónicos. Por supuesto, la gente que debía de echarse a la calle para protestar eran los damnificados por la política de Zapatero, y especialmente sus propios votantes, ya que la derecha no cesó de manifestarse cuanto pudo durante esos siete años. Unas veces por el terrorismo, y otras, por la educación, la familia, y el aborto.

Nunca se había visto a tanta gente de derechas detrás de una pancarta, gritando consignas y haciendo pareados reivindicativos, como si fueran militantes de Comisiones Obreras. Hasta los obispos se echaron a la calle, y algún dirigente religioso tocó la guitarra ante las masas católicas al estilo de Bob Dylan. Por si todo esto no fuera suficiente agitación, se vienen pidiendo elecciones generales anticipadas casi todos los días desde hace años. Pero Zapatero, que es un inconsciente, un frívolo y un indocumentado, como dijo su antecesor en el cargo señor Aznar, hizo oídos sordos a tan sensatas peticiones y anunció su retirada al final de esta legislatura, burlando así a los que querían humillarlo en las urnas. Ya desistíamos de presenciar una revuelta popular espontánea contra el Gobierno, cuando imprevistamente se ha producido. Lo malo es que la protesta va también contra el PP, contra la clase política en general, en cuanto clase profesional intermediaria, y contra los bancos. La sorpresa ha sido general, y tanto en los partidos políticos como en los medios es fácilmente detectable el desconcierto.

Hay quien interpreta que este movimiento pidiendo una «democracia real» es heterogéneo, confuso, populista y poco fiable porque no ofrece un programa claro y no tienen unos portavoces profesionales. Y hay quienes, más maliciosos, le atribuyen el objetivo de interferir en la campaña electoral a cuatro días de su conclusión. El conocido empresario periodístico Pedro José Ramírez cree ver aquí una maniobra oculta del ministro del Interior, su viejo enemigo señor Rubalcaba, que pretendería crear un caos urbano en Madrid y empujar a los votantes más timoratos del PP a quedarse en casa. Y algo parecido ha dicho doña Esperanza Aguirre, que tiene su despacho de presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid en la Puerta del Sol, justo enfrente de donde se concentraron los manifestantes. Según doña Esperanza, deberían haber ido a situarse ante el Palacio de La Moncloa para expresar su enfado. A última hora se supo que la Junta Electoral había autorizado el desalojo de la Plaza por la policía so pretexto de que estas actuaciones interfieren en el proceso. Al margen de otras consideraciones, parece una estupidez. Llevamos años protestando de que la juventud española solo se concentra en plazas y calles para el «botellón» de fin de semana y para celebrar los acontecimientos deportivos, y cuando lo hacen para expresar pacíficamente una opinión política, los reprimimos. Somos unos hipócritas y se nos nota bastante.