Domingo de elecciones, noches de euforia y de tristeza, y lunes de campanas: ayer volvieron a sonar las campanas de la Catedral de la Encarnación, La Manquita como cariñosamente la llamamos los malagueños. Campanadas a los cuartos, medias y menos cuarto, por supuesto a cada hora, y además sonaron a las 12 y a las 7 con el concierto diario que nos traen a los que solemos rondar por el centro de Málaga, y ese es el resumen de las vorágines electorales, aquí seguimos oyendo campanas a la misma hora con el mismo sentido. Después de días de revolución, diferentes expectativas y grandes discursos, todo fluye –panta rei– parece que el día a día de Málaga no lo para ni unas elecciones. Lo que está claro es que lo que solemos llamar la gente son más que los que tuitean, que los que acampan, que los periodistas, que la élite, que los empresarios, que los lobbys, que los sindicatos y que los tertulianos: esa es la gracia de los grandes números, nadie puede manejarlo a todos y el que se lo crea vive en una realidad mas falsa que un duro de madera. Por tanto, como en una conocida marca de comida rápida, el secreto está en la masa: da igual lo que digan los políticos, sólo importa lo que diga la gente que vota. Los ciudadanos uno a uno suman cientos de miles y eso es lo que cuenta. Ahora habrá propuestas de catarsis, cambios, consejos, cambien rosa por clavel, cuidado con la gaviota que alguien la enjaule o no habrá quien les pare. Oiremos de todo desde todos los lugares, pero ¿saben? Mañana seguirán sonando las campanas.

Enhorabuena a nuestro alcalde veinticinco horas, enhorabuena también, porqué no, al resto de candidatos, enhorabuena porque a pesar de todo han sobrevivido a esta campaña. Ah, y los que no votan y se abstraen porque les da igual, ¿qué pasa con ellos?, ¿no se han querido sumar a la siesta de la democracia? quizá son los sabios que saben que, hagan lo que hagan, el lunes volverán a oir las campanas de La Manquita.