Nadie duda de que resulta más fácil despojarte de todos tus ideales si cada mes eres fijo en la cola del paro. Es natural, comprensible y humano. También es más cómodo agarrarte a esta realidad hoy cotidiana para explicar el varapalo histórico que sufrió el PSOE en las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo. Cierto es que la crisis lo aguanta todo. Sirve como excusa a Telefónica para despedir a 8.500 trabajadores pese a sus multimillonarios beneficios, para iniciar acampadas en las principales plazas de España o para acurrucarse en sus brazos mientras se la responsabiliza de la debacle electoral. Maldita crisis. Pero es un error mayúsculo que los dirigentes del PSOE se escuden sólo en las consecuencias de la situación económica para explicar los resultados del 22-M y nieguen que atraviesan una de las situaciones más complicadas desde el mítico congreso de Suresnes. La sociedad les ha dado la espalda con rotundidad y cientos de candidatos a las alcaldías han sufrido en sus carnes el declive de la marca PSOE y el ocaso del zapaterismo. Los que les votaron ayer, no confían hoy en ellos, pero ese electorado sigue ahí, pues es muy difícil afirmar que desde las últimas elecciones la sociedad sea hoy más de centro-derecha o de derechas. Aquí está el reto del PSOE.

Conocido es que el presidente del gobierno le tomó el pelo a los españoles cuando negó una y otra vez la crisis –creada por la voracidad de los mercados y por políticas neoliberales– y tardó años en someter a España a la dieta necesaria que evitara el bochorno de un rescate europeo. Aquí ya sufrió el PSOE la primera fuga de votos, los del centro-izquierda y el voto flotante que había captado en su periferia ideológica. Esos votos migraron en cuanto se impuso la idea de que Zapatero «mintió» a los españoles y que estaba gestionando mal la crisis y con ello la agravaba. El mensaje del PP fue demoledor. Sin ese voto prestado, el gobierno socialista fue perdiendo gota a gota, como constataban todos los sondeos del CIS, el respaldo de su propio electorado por el giro en sus políticas hacia la derecha. Y está claro que cuando un partido de izquierdas vira a su derecha no gana votos de los electores de ese espectro sociológico, más bien dilapida los votos de sus propios electores. Zapatero, el presidente de España que más lejos había llevado la cohesión social en nuestro país, se vio obligado por sus socios europeos en mayo de 2010 a renunciar a su bandera ideológica y aprobó un profundo recorte de las políticas sociales ante la resignación o desconcierto de sus propias bases y del electorado. El PSOE viraba de rumbo hacia la derecha. Quedará la duda de si podría haber evitado traicionar sus principios en el supuesto de que hubiera reaccionado con celeridad para combatir la descomunal crisis económica que ha elevado la cifra del paro hasta los cinco millones de personas.

Un tercer error fue la falta de comunicación. Cuando un gobierno se ve obligado a practicar políticas que se escapan de su espectro ideológico lo primero que debe hacer es explicarle las causas del cambio en el discurso a su electorado, aunque también es verdad que resulta muy difícil hacerlo cuando buena parte de sus votantes se encuentra en la cola del paro debido su tardía y mala gestión de la crisis.

Ahora el PSOE anda enredado en la sucesión de Zapatero sin distinguir aún entre lo importante y lo urgente. Parece que lo más urgente para un grupo de barones (sin reino tras la debacle electoral) era elevar a Pérez Rubalcaba a los altares. Y no ha dudado la vieja guardia en usar todos los cuchillos disponibles en la sede de Ferraz para apuñalar a Carme Chacón y al propio Rodríguez Zapatero. Han sido 72 horas de vértigo. La propia ministra de Defensa acudió a La Moncloa el pasado martes para comunicarle al secretario general del partido su intención de presentarse a las primarias. Horas después, desolada y con las heridas aún sangrando, Chacón daba un paso atrás. El mismo que Zapatero, que cedió a las presiones y propuso el viernes a Rubalcaba como candidato para las elecciones generales de 2012. Para buena parte de los máximos dirigentes del PSOE, impulsados por el propio Rubalcaba, lo urgente era nombrar cuanto antes al candidato, pero olvidan que lo importante, lo que las urnas gritaron, es un cambio en sus políticas. Siguen sordos.

Y puestos a innovar, el PSOE estrena una difícil etapa de bicefalia, algo extraño en el Partido Socialista donde tradicionalmente el secretario general es también el candidato. ¿Quién mandará en quién? ¿Quién decidirá la estrategia? Está por ver. Lo que sí han conseguido con este enredo formidable es dar más munición al Partido Popular y provocar que Mariano Rajoy siga sesteando mientras los socialistas le hacen la campaña. Resulta curioso que fue anunciar el líder del PP que iba a ponerse a trabajar tras el 22-M para llegar a la Moncloa y va el PSOE y se pone a ahorrarle trabajo. Así llevan toda la legislatura. Y lo que queda.

En la provincia de Málaga el diagnóstico de la enfermedad aún es más grave pues el Partido Socialista parece ya resignado a ser la segunda fuerza de la provincia. En la última década, a excepción de las generales y autonómicas de 2004 y generales de 2008, siempre ha quedado por detrás del Partido Popular en las urnas y con una horquilla de entre tres y siete puntos por debajo de los resultados del propio PSOE en Andalucía. Pero hay datos aún más sangrantes que confirman el distanciamiento del electorado malagueño con el ideario socialista o con la forma de hacer política de sus dirigentes locales. En los comicios del pasado domingo, el PP subió en votos en 80 de los 101 municipios y casi el 80% de la población de Málaga tendrá como alcalde a uno del Partido Popular, formación que gobernará en todos los grandes municipios de la provincia (a excepción de Benalmádena) y en la Diputación de Málaga. Detrás de estos fríos datos se esconden causas que deberían explicar por qué los socialistas no conectan con el electorado de la provincia y, sobre todo, en la franja del litoral.

Lejos de asumir responsabilidades, la dirección del partido en Málaga se sumó a lo más fácil, responsabilizar a la crisis de los resultados electorales. Sólo el presidente saliente de la Diputación, Salvador Pendón, ha salido al paso para reconocer que el PSOE en Málaga está en debilidad, que se han cometido errores en el ámbito local y no dudó en señalar las ausencias y la falta de implicación en Málaga de algunos cargos políticos muy importantes de la ejecutiva. No recuerdo si Pendón, que no es precisamente el fan número uno de Miguel Ángel Heredia y Francisco Conejo, hizo estas mismas valoraciones cuando él formaba parte de la dirección del partido y se pegaron un castañazo electoral de similar magnitud. Aún así, su verbo fluido vino a decir que esta situación no es nueva, que viene de largo, que no han sabido pararla y que va camino de convertirse en un déficit estructural que será muy difícil de invertir.

En España los ciclos para estar en la oposición suelen ser de ocho años, en Málaga, en el litoral, estos ciclos pueden durar décadas como se comprueba en municipios donde el PP llegó en los 90 y que ahora siguen aumentado su cosecha de votos. Estepona, Mijas, Antequera, Rincón de la Victoria y Vélez Málaga se han sumado a la marea azul.

La crisis puede ser una de las causas, pero no la única causa. Quizás esa reflexión colectiva sea más acertada a partir del 11 de junio, día en el que notarán de verdad su histórica derrota cuando centenares de cargos socialistas abandonen el poder.