Aconsejaba el sabio probar a los amigos cuando no hiciera falta para saber qué se puede esperar de ellos cuando de verdad se necesiten. El consejo es, de alguna forma, una vacuna contra la traición, tan frecuente en estos días en que a los perdedores se les vuelven tantas cosas en contra.

La traición es con demasiada frecuencia el venenoso pago que se obtiene por la confianza, esa hermana inocente del afecto, y es moneda de curso legal entre políticos, especialmente en los momentos en que se reparten responsabilidades y cargos o, lo que es peor, la culpa de la derrota.

Hay gente atónita aún tras haber comprobado cómo aquellos a quienes ayudó, impulsó y situó ahora le corresponden poniéndose frontalmente en contra, impidiéndoles el acceso a determinados cargos, negándoles el pan y la sal, pidiendo que rueden sus cabezas. Seguramente es muy doloroso comprobar que aquel compañero de partido al que creías un amigo cierto jugaba con dos barajas, pero en un medio ambiente tan enrarecido como el de la política esperar otra cosa sólo supone un punto de ingenuidad demasiado alto para un juego tan peligroso, y viene a cuento recordar aquella frase, dicen que de Adenauer (aunque otros la atribuyen a Andreotti e incluso a Pío Cabanillas) de que «hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido», a la que, quizás, sería necesario añadir una categoría extra, la de los socios, aunque ese tema daría para escribir algo más que una columna.

Si hiciésemos más caso de los clásicos tal vez nos fuese dado evitar algunos disgustos. El divino Shakespeare nos advertía de que «hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos», pero a veces nos negamos a verlos hasta que de pronto todo se revela, llegan los idus de marzo y las cuchilladas.

Y al fin, todo esto parece responder a un ciclo, a algún tipo de ley natural, tan universal e inamovible como la de la gravedad. Quienes pierden sólo sirven para hacer leña con la que alimentar el fuego, y así ocurre una vez tras otra, sólo que la feria siempre va por barrios y ahora ha tocado en el de la izquierda, donde andan unos tras otros viendo a quien se puede hundir para salvar los muebles. Es meridianamente cierto aquel verso del Conde de Villamediana «cerca está de grosero el venturoso», pero cuando el perdedor trueca en traidor con tal de perder lo menos posible o mantener unos míseros privilegios, se acerca tanto al canalla que le iguala.