El sábado leí una entrevista a un conocido periodista y escritor, en la que afirmaba: «Los políticos viven en un limbo, sin contacto con la gente». Según esta idea, un día te eligen concejal o diputado, y a partir de ese momento tus padres ya no se hacen mayores, no se quedan solos y tristes en sus casas, no enferman, y así ya no te enteras de la situación de los mayores, ni de las carencias de los servicios sociales o de la sanidad pública. Desde que eres elegido, tus hijos ya no tienen los males de la adolescencia. Se acaba así la experiencia de los problemas del sistema educativo, de la seguridad de la noche y de todas esas cosas que hacen tan entretenida la vida de los padres. Según parece, un día te votan tus conciudadanos y tus primos, vecinos y amigos, ya no se quedan en paro, sino que todos tienen empleo, y de los buenos. Así que, según esta doctrina, te entregas a la causa de los que tienen dificultades, y el día que te eligen dejas de ver las dificultades.

Cruzas la puerta de Cedaceros del Congreso de los Diputados, y se te olvida tu vida anterior: la emigración de tus padres, los internados, la adolescencia en el barrio, la carrera, el paro, los primeros trabajos precarios, los años de profesor universitario, todo se esfuma de tu cerebro. Todos los políticos nos volvemos iguales, pero para bien. Quiero decir, que un día vuelves a casa de tus padres, y al asomarte a la ventana, en lugar de ver el sádico y gris paisaje urbano de un bloque de viviendas en el Camino de San Rafael en Málaga; de pronto ves, pongamos por ejemplo, la bahía de la Concha, en San Sebastián; porque desde que te eligen ya eres igual que, por ejemplo, el hijo diputado de un industrial vasco. O sales de casa, y en lugar de un pasillo oscuro con diez viviendas, te encuentras en el luminoso jardín del chalet de un notario de Madrid, que es papá de un diputado al Congreso. Por supuesto, las conversaciones con padres, tíos y demás familiares, varían una barbaridad. En lugar de contarte por enésima vez en qué condiciones tenían a los inmigrantes españoles en las granjas francesas de comienzos de los sesenta, si sales elegido, tu tío te hablará del ambiente nocturno de la Costa Azul, de Sartre y del mayo del 68 en la Sorbona, como si fuera el vástago progre de una rica familia catalana, ahora tío de un diputado. ¡Ah, París!

Claro, que esto no pasa por casualidad, sino que exige un esfuerzo carísimo y un trabajo inmenso de un montón de gente para confundir a los políticos y así cargarse la democracia representativa. Lo más barato debe ser lo de los periódicos, es decir, hacer una edición especial para los políticos, aunque no sé como lo hacen para que en los kioscos cojamos los que han hecho exclusivamente para nosotros, sólo con buenas noticias. Luego está lo de los telediarios y los informativos radiofónicos. También especiales para nosotros. Tampoco imagino cómo harán lo de cambiar nuestra vida vivida y nuestros recuerdos, y los de nuestros padres, familiares, amigos y conocidos, pero se me antoja que debe ser lo más difícil, incluso para el mismísimo mago Ury Geller.

Después de siete años de parlamentario, mi entorno sigue igual que antes, también mis recuerdos. Quizá por eso, algunas personas me dicen: «Es que tú no eres un político como los demás». Yo les pregunto «¿conoces a los demás?», y esas personas responden: «no, la verdad es que tú eres al único que conozco en persona». Otros muchos políticos me han contado que les pasa lo mismo. Al final va a resultar que de lo que no nos hemos enterado es de que somos políticos.