Como todos sabemos, el proyecto cordobés para la Capitalidad en 2016 venció al malagueño. La candidatura de la ciudad de la Mezquita fue nuestra más directa rival y, casi con toda seguridad, la máxima responsable de nuestra salida. Es de ley reconocer que Málaga no acertó en su propuesta y que su empeño en participar se centró más en mostrar las infraestructuras que posee la provincia para acoger grandes eventos que en el propio discurso cultural. El «somos una ciudad capaz» dejó sin focos al «somos una ciudad cultural». Y todo esto sin contar el argumento del divertido vodevil –estrenado a los pocos días de la primera prueba de fuego ante el jurado– protagonizado por la directiva de la fundación creada para llevar a buen puerto tal empresa.

Una vez pasado el mal trago de quedar eliminados, debemos cruzar los dedos para que Córdoba sea la que logre el deseado título. Con su elección ganaría Málaga y Andalucía. No se trata de apelar aquí al chovinismo, lo justo sería que ganase la urbe con el proyecto más acertado, pero debemos admitir que la victoria cordobesa será también nuestra victoria. Más allá de poder disfrutar, por eso de la cercanía, de todo el programa de actividades de la ciudad vecina, si el mundo de la cultura decidiese fijar su mirada en Córdoba, Málaga estará dentro de su campo de visión y podrá servir de perfecto complemento. Este sentir se podía palpar ayer en los numerosos comentarios malagueños en Twitter, donde el apoyo hacia Córdoba era unánime. Málaga se mostraba ayer más cordobesa que nunca. La alegría o la tristeza de hoy, tras el anuncio de la ciudad ganadora, será nuestro gozo o nuestro pesar. Todos nos jugamos mucho con esta oportunidad que nos brinda la Capitalidad. Y el espíritu del 2016 podría volver a cobrar sentido entre los responsables culturales de Málaga. Gracias a Córdoba, la ilusión vertida y el trabajo realizado por nuestra candidatura podrían encontrar hoy una carretera secundaria hacia una cultura malagueña mejor.