Los políticos no aprenden. Por más que se les diga, que se les argumente, que se les intente orientar, nada de nada. Ellos, a lo suyo. A politizar cualquier decisión, cualquier ámbito. No pueden evitarlo, igual que el libertino vizconde de Valmont, protagonista de Las amistades peligrosas, célebre novela de Choderlos de Laclos. Cada vez que la dama de la cultura se les pone a tiro se la llevan al huerto y le mancillan el alma. No pueden evitarlo, es su naturaleza, su libro de horas. Da igual cual sea la heráldica de su escudo, a no ser que el político sea un caballero educado en las armas y en las letras, que también los hay, aunque escasean.

Esta misma semana, los políticos han vuelto a levantarle las faldas a la cultura con la polémica decisión de nombrar a San Sebastián Capital Cultural 2016. Su ilustrado criterio no ha evaluado el significado de cada candidatura ni el punto más importante de sus bases: que el proyecto de capitalidad generase dinero, empleo, desarrollo. Precisamente el pilar sobre el que se habían orquestado a conciencia, con esfuerzo e ideas solventes, las candidaturas de Córdoba y de Zaragoza. Sin hablar de su riqueza patrimonial, de su urgente necesidad de progreso económico y, en el caso de Córdoba, de su estratégica situación geográfica como espacio de encuentro cultural. La decisión ha tenido más en cuenta los soterrados intereses de los poderes gubernamentales, de la política a palo seco a la que nos tienen acostumbrados. Dudo mucho que alguien dude de que éstos han sido los motivos para elegir a San Sebastián, hermosa ciudad y con importantes ofertas culturales por otra parte, basándose en la idea del anterior alcalde, Odón Elorza, de aspirar a la capitalidad como un mecanismo de resolución de los problemas sociales derivados del terrorismo y de la división política y cultural de la sociedad donostiarra. Vivimos en democracia y hay que aceptar las decisiones, sin excluir a Bildu del sistema porque han sido elegidos en las urnas, pero otra cosa es creerse como ilusos que este movimiento independentista, vinculado con la rama dura de ETA, no va a utilizar la capitalidad para abrir más brecha con todo lo que suene a España y mucho menos que haga suyo el espíritu de la candidatura y que no utilice la capitalidad en interés propio ni excluya a todo lo que se relacione con los maquetos que ocupan su país.

Una vez aceptada la derrota y la democracia, faltaba más, de nada impugnar, lamentarse, exigir una nueva evaluación o pedirle a Manfred Gaulhofer, presidente del comité, que estudie bien su decisión política. Es inútil. Lo que se debería hacer, por parte de Córdoba, es aprovechar el trabajo hecho, la ilusión, contar con la gente de la cultura y apostar por un acuerdo eficaz entre capitalidades culturales emergentes y competitivas cuyo eje es el AVE. Se trata de conformar un triángulo con Córdoba, Sevilla y Málaga, a media hora de distancia de la ciudad de la Mezquita, y de manera consensuada unir y enriquecer ofertas. No sólo en el turismo de patrimonio histórico sino también en una ambiciosa programación. Se puede, por ejemplo, extender el éxito de Cosmopoética a Málaga y a Sevilla, creando un circuito de eventos fragmentados entre las tres capitales. Lo mismo podría hacerse con la música, con las artes plásticas, con el cine y el teatro, con Jornadas sobre la cultura del agua y el futuro, con más temas factibles de rentabilizar. Este objetivo viable pasa por dejar atrás las viejas y absurdas rencillas provinciales; por entender Andalucía como un mismo territorio y espacio de trabajo y de desarrollo; por aprovechar las vías de comunicación que acortan las distancias; por la conveniencia de trabajar unidos en pos de un beneficio compartido. También hacen faltan tres cosas primordiales: que se formen equipos de gestores profesionales y eficaces sin exigencias de siglas, que las empresas privadas se impliquen y que los políticos apoyen este horizonte con madurez, con audacia e implicación, sin caer en esa lamentable tendencia de politizarlo todo. Algo que deben asumir los políticos si realmente quieren ser contemporáneos del siglo XXI. Veremos si el sueño es posible.