A estas alturas, ya no estoy seguro de si queda algo sano o que salvar en este país de caraduras y sinvergüenzas. Ni siquiera sé si merece la pena hacerlo. Les cuento una historia que ilustra a la perfección lo que ha ocurrido en los últimos años en esta triste nación y en esta ciudad de opereta en la que se ha convertido Málaga. Imagínense la escena: una ONG, de esas progres y comprometidas con la integración de los inmigrantes, decide prescindir de una parte de personal. «No hay dinero», le dicen a la letrada que asesora a las criaturas que quieren quedarse en el país legalmente. Las subvenciones son cada vez menos y, claro, así no se puede mantener la desinteresada ayuda del colectivo. En el paquete de despedidas no sólo va la abogada: hay más gente. «No hay dinero», vuelven a decir. Y lo mejor es que a quienes se van les piden que renuncien a la indemnización que les corresponde en derecho porque, oye, «esto es una ONG», y no hay dinero, repiten, una y otra vez cual letanía.

Como está el patio, no sólo deciden echar a una persona, y a varias, que no han dado problemas en años, sino que encima les piden que no cojan el poco dinero con el que se van a la calle y que bien pueden utilizar para ahorrar o para pagar hipotecas. «Esto es una ONG y debéis saber dónde habéis estado trabajando», les espetan, esperando arrancar una pizca de compasión de quien en unos días sólo tendrá por compañeros a los que engrosan la cola del paro.

Es una historia que ejemplifica tan bien lo que estamos viviendo en esta ciudad que estoy seguro que todos tenemos a algún conocido al que le haya pasado.

Esta historia mancha sólo a esta ONG, una determinada asociación cuyo nombre omitimos porque, al fin y al cabo, quien esto escribe sólo cuenta con las versiones orales de quienes han sufrido tamaña injusticia, pero, al fin y al cabo, es una fotografía pulcra y clara de cómo se lo han montado algunos en los últimos tiempos; de cómo se medra a la sombra del gobierno autonómico, local o provincial de turno; y de hasta qué punto hay que controlar, aún más, el dinero público. Y, mientras, en Cáritas faltan alimentos para atender a quienes nada tienen que llevarse a la boca, lo mismo que en otras organizaciones laicas que, antes que a repartírselo, están por ayudar. Así nos va..