El 2º semáforo con el que me topo tras dejar el parking, al salir del trabajo, suele estar cerrado. Un asunto extraño, ciego a la estadística. Parado por la luz roja ante la plaza, se alza frente a mi un nuevo edificio, de un organismo del Estado. En la fachada, revestida de piedra clara, se abren ventanas y huecos de admirable limpieza y proporción geométrica, que contrastan con un chaflán curvo que, de abajo arriba, es de cristal, de piedra y, en la última planta, de puro aire, coronado por una plancha que evoca y resume la recta y el chaflán. Toda buena melodía es así: elemental, diáfana, pura, como una pieza de Antón Webern. A veces el cuerpo nos pide retórica, pero la embriaguez nunca lleva muy lejos. Al autor del proyecto le debo dos momentos de elevación al día, y también que ahora prefiera que el semáforo esté en rojo, para pasar la vista por la fachada y mejorarme.