Dicen los actores que ellos fingen pero que nunca mienten, que modulan su voz pero que no la hacen pasar por otra y que visten ropas que aparentan ser ajenas pero que, tras la función, las dejan a disposición del responsable de vestuario. Pero no son tiempos de cómicos –individuos que ofician la parodia de forma temporal para llenar el ocio de sus atentos– sino de profesionales de la fortuna que, encaramados en uno o varios personajes, hacen del engaño permanente su biografía y de la mentira su foto definitiva.

Muchos hay y ha habido que para ser lo que querían han mostrado ser lo que no eran, o que para tener lo que ansiaban han mentido sobre su verdadera esencia o disfrazado su apariencia. A menudo esta falacia ha tenido graduales consecuencias personales en los otros, desde lo indiferente o vacuo de muchos hasta la grave trascendencia consecuente de su comedia en los muchos. De hecho, George Sand era una mujer y Luis Roldán nunca fue ingeniero ni nada de lo que pareció a todos, cuando le nombraron Director General de la Guardia Civil.

Impostores también son aquéllos que finalmente creen ser lo que un día decidieron inventar. Así Nerón no llegó a ser ni siquiera un músico mediocre y Enric Marco –presidente que llegó a ser de la asociación Amical de Mauthausen– nunca estuvo en un campo de exterminio, aunque él quizá llegó a creérselo, tras treinta años de homenajes, conferencias, condecoraciones y mentiras.

Y es que las mentiras no son la base ni la columna de lo acontecido al hombre y que consta como tal, pero sí es uno de sus capítulos importantes. La impostura forma parte de biografías y discursos. El político corrupto que, lejos de servir, se sirve a sí mismo robando bienes públicos y desahuciando ilusiones y expectativas. Solidaridades y talantes voceados que suelen alumbrar las conductas más contrarias. Generación de nuevos derechos, unos inaplicables por su carácter piramidal y la ausencia de recursos –como la ley de dependencia– y otros suprimidos cinco minutos después de ser cacareados, no es más que la exposición de usos y formas igualmente impostados. Tanto como afirmar que en marzo de 2004 ZP esperaba ganar y que tenía programa y planes.

Cuando la propia obra, los impulsos y las decisiones, la nefasta administración de la crisis, son la causa primera del surgimiento de los indignados, es una farsa afirmar cercanía hacia ellos y, más aún, exponer chirriante e increíblemente que se puede ser una de la mas altas autoridades institucionales del Estado y pariente íntimo ideológico de los acampantes en la Puerta del Sol y en el resto de los enclaves de España.

Falaz resulta intentar hacer creer que se puede soplar y sorber al mismo tiempo y con la misma boca. Perseguir a etarras y negociar con ellos, exponer públicamente que se tienen soluciones para crear empleo –siendo los soberanos del BOE– en una realidad de cinco millones de desempleados, acusar a la Gran Banca de haber prestado demasiado y mal, pedirle que impulse notablemente el número de operaciones crediticias y mantener excelentes relaciones institucionales, políticas y personales con sus más importantes representantes, o calificar de izquierdas la disminución de los impuestos hoy y el aumento de mañana.

Impostores los hay y los ha habido siempre, mientras más alta sea su responsabilidad más grave es el ejercicio de su empeño. Hay grandes diferencias entre tener ideas y propuestas y querer ganar para llevarlas a cabo y querer ganar aunque ya no haya ninguna idea. No es posible ser el candidato nuevo cuando se es un veterano de mil reveses, no es posible ser vocero de políticas incapaces y mensajero de las soluciones del futuro, no cabe ser portador de las esencias cuando éstas se vaciaron por el camino. Y cuando ya no hay propuestas ni senderos solo queda el engaño cocinado y masivo.

*Joaquín L. Ramírez es senador del Partido Popular