La ironía es el espejo en el que se refleja la inteligencia. Digo esto al hilo de una pequeña anécdota surgida en el transcurso de la toma de posesión de los nuevos ministros. Resulta que alguien, dotado, sin duda, para la ironía decidió que tal como están las cosas de la economía lo propio era que la Biblia de Carlos IV –el ejemplar sobre que según la costumbre posan su mano los ministros en el acto de la jura de su cargo– estuviera abierto por el Libro de los Números. Dado que los ministros nombrados o confirmados –Elena Salgado, Manuel Chávez, José Blanco, Antonio Camacho– optaron por prometer en lugar de jurar, se perdieron la ironía.

La verdad es que entiendo que en semejante trámite y pese al ascenso que comporta ser la «número dos» del Gobierno, la vicepresidenta Elena Salgado no estuviera para muchas ironías puesto que –debió pensar– para números ya tengo los de la Bolsa, la deuda y el euro. El lunes fue un «lunes negro». Así lo reseñaban el martes por la mañana los periódicos que había leído ya la ministra camino de La Zarzuela. Si unos hablaban de «emergencia económica europea», anotando que en España el diferencial con Alemania rozaba los 340 puntos y la deuda se paga ya por encima del 6 por ciento; otros titulaban que Italia y España se asoman al abismo, metáfora que por desgracia describe con bastante aproximación lo que según los expertos puede pasar si los mercados siguen desconfiando de la capacidad de nuestro país y también de Italia, pero sobre todo de Grecia, para devolver el dinero que nos han prestado.

Visto el panorama y, probablemente, conociendo ya los resultados de los «estrés test» realizados a las cajas de ahorro y a los bancos –resultados que se harán públicos el próximo viernes– se comprende que la señora Salgado, vicepresidenta y ministra de Economía, no estuviera para ironías. Y eso que es una de las españolas que no sólo conserva el empleo –cerca de cinco millones no pueden decir lo mismo– sino que ha sido ascendida. Nos alegramos por ella, pero entendemos que no esté para ironías porque la cosa está que arde. Tal y como pintan las cosas, a Zapatero no le va a quedar otro remedio que anticipar las elecciones.