En otro siglo Manolo Díez de los Ríos y yo ejercíamos nuestra irreverencia en el semanario humorístico Siete días, que salía los domingos como separata en el querido y recordado El Diario de la Costa del Sol. El semanario era puro cachondeo pero terminaba con unos cuentos terroríficos que escribíamos bajo el título genérico de Nuestro recorrido turístico por la N-340, y que indefectiblemente acaban con mucha gente muerta. Era nuestra forma de denunciar las pésimas condiciones de esa maldita carretera, que todavía no había sido convertida en la A-7 y en la que habían caído miles de personas, no pocas de ellas amigas o conocidas.

La 340 fue siempre una vía con marcada vocación homicida, y no ha cambiado nunca de modales. La transformaron en una autovía incómoda y peligrosa, y luego construyeron una autopista de pago más segura y más fiable, pero también la más cara de España. De ahí que sólo se utilice al ocho por ciento de su capacidad, pero también hay que dar el dato de que aún así resulta rentable para la empresa que la explota.

De modo que la gran mayoría de los mortales, dicho sea con toda la segunda intención del mundo, nos vemos obligados a transitar por la

A-7 a diario, siempre con el riesgo de su trazado sinuoso y de sus radares colocados para la caza y captura. Y no contentos con eso ahora el Ministerio de Fomento ha tenido la feliz ocurrencia de rebajar el límite de velocidad a 80 kilómetros por hora en gran parte del recorrido, con la única intención, digan lo que digan, de seguir sacándonos el dinero. Hay tramos de la carretera, es cierto, donde ir más rápido es una temeridad, pero hay grandes rectas donde ir a ochenta es absurdo, inútil, injusto.

Los ciudadanos suelen reaccionar ante la injusticia con desobediencia, y eso es precisamente lo que parece que se busca aquí, que la gente no se someta y aumentar la recaudación a base de multas o bien obligarnos a ir por la autopista. La cosa es que paguemos, meternos la mano en el bolsillo amparados en una insostenible medida de seguridad. La única medida de seguridad real sería mejorar el trazado o, ya puestos, liberalizar la autopista. O mejor aún, invertir en un sistema de transporte público fiable y eficiente, que de verdad nos disuadiera de usar el coche. Pero eso es mucho pedir. Lo más fácil, como siempre, es cambiar unas señales con nocturnidad y alevosía, sin aviso previo, y empezar a multar a todo el mundo. Lo otro, la inversión en busca del beneficio de los ciudadanos, sería gobernar con responsabilidad. Es más fácil decretar en su contra, ejercer la tiranía, y seguir recaudando.