Las distintas estrategias del Festival de Málaga Cine Español para acercar el séptimo arte a la ciudadanía son un claro ejemplo de por qué sufrimos una crisis del tamaño de Godzilla. La última gran ocurrencia del señor Carmelo Romero ha sido eliminar las pantallas de cine de verano de los barrios de Málaga para aglutinar las proyecciones gratuitas en el Albéniz. Este año, los malagueños hemos pasado de tener doce pantallas veraniegas repartidas por todos los distritos a contar con solo cuatro: dos de ellas en el Centro (Albéniz y La Malagueta) y otras dos alejadas de calle Larios (El Palo y La Misericordia).

Lo más lógico hubiese sido, ya que el presupuesto del ciclo Cine abierto se ha reducido a la mitad, contar con al menos seis espacios donde disfrutar de los largometrajes. Pero no. Y para mantener el número de proyecciones –que al parecer es lo que importa–, la idea ha sido programar sesiones matinales en el Albéniz. Esta semana arrancó la nueva experiencia. El resultado lo pueden imaginar: el cine de verano a las 11.00 de la mañana, en pleno caso histórico y ofrecido en una sala cerrada es un completo fracaso, por muy gratuito que sea y mucho aire acondicionado que pongan. Abrir la sala 1 del Albéniz, que cuenta con 359 localidades, para ver cómo más de 300 se quedan huérfanas en cada sesión parece recompensar a los ideólogos de nuestro Festival de Cine, que con esta brillante acción han dejado a los chicos de la Palma-Palmilla, entre otros barrios, sin películas cerca de casa. «La verdad es que nos está costando atraer al público por la mañana. Estamos intentando contactar con los distintos cursos de verano para que traigan a los niños». Las palabras del responsable de programación del Albéniz, Juan Luis Artacho, lo dicen todo.

Quiero pensar que la torpeza de este cambio pilló al recién llegado responsable de Cultura del Ayuntamiento, Damián Caneda, de sopetón: «Hay que maximizar los recursos y priorizar ante el escaso número de espectadores» que se daban en algunos barrios, aseguró cuando se le preguntó por la aniquilación del cine en la mayoría de los distritos. El presupuesto total para las 75 proyecciones programadas este año es de 60.000 euros, lo que nos sale a 800 euros cada pase.

¿Maximizar es gastar 800 euros en una sesión matinal para 30 personas? ¿Qué es exactamente un número escaso de espectadores? Inmaculada Serrano, coordinadora del Centro Ciudadano Valle Inclán, donde se ponía el cine de verano en Palma-Palmilla, asegura que se trataba de una actividad «con buena aceptación de público». Y Pablo Cortés, asesor socioeducativo y coordinador de actividades de la Asociación por la Integración de la Comunidad Gitana Palma Palmilla, sostiene que los recursos culturales son «muy importantes para cualquier distrito», y que eliminarlos resulta «muy negativo», ya que, confirma, «genera dinámicas de aislamiento». Y yo me pregunto: ¿Cine abierto? ¿Hacia quién? ¿Hacia dónde?