De pronto llega un banco y dice que va a crear un producto financiero «revolucionario» que consiste, oh milagro de los milagros, en una hipoteca a cuarenta años que aporta como novedad la dación de la vivienda en caso de no poder seguir pagándola. Y tú te preguntas: ¿pero no decían los políticos, los otros bancos, los sesudos economistas, que eso era imposible, que lo más a lo que se podía llegar era a elevar la cantidad de salario a embargar? ¿Cómo te explicas esto? Todos los responsables y culpables mirando al cielo, mientras miles de familias hechas polvo tienen que entregar la casa y seguir pagando in aetérnum. ¡Y ahora viene este banco -que merece ser citado por su nombre: Bankinter- y rompe las reglas del juego! Obviamente no lo hará por amor al arte ni por amor a las familias. Quién se va a creer eso de un banco. Lo hará porque será negocio. Y lícito. Y si es lícito y es negocio, ¿por qué no se ha permitido hacerlo antes? Noticias como ésta generan una infinita solidaridad ciudadana con los postulados de los jóvenes indignados. Todos tendríamos que estar indignados porque es una indignidad lo que está ocurriendo. Indignados y muy cabreados.

Y ahora viene un sindicalista muy conectado a los movimientos sociales de Europa y dice que las soluciones que se están fraguando para frenar la crisis, los rescates, los hundimientos de los países -y que está rozando a España hasta el punto de ponernos nerviosos a todos- no son las únicas posibles y que están al servicio de una determinada y dominante ideología. Parece que los cerebros comunitarios empiezan a descubrir que las agencias de calificación que nos señalan con el dedo acusador de la morosidad, de la irresponsabilidad, del mal gobierno, son, todas ellas, americanas, oh casualidad de las casualidades. Y empiezan a estudiar la posibilidad de que Europa haga su propia entidad calificadora de riesgos y avalista de sus países y aleje a esos especuladores que tanto nos están fastidiando (perdonen, porque se me escapaba jodiendo) en sus propios y avariciosos intereses.

Y dice Zapatero que la culpa la tiene Merkel. Y Merkel dice que está cansada de socorrer a los demás. Y entonces aparece Italia como otra víctima de calificaciones de riesgos y de su pésima administración. Pero ahí entramos en palabras mayores. Italia es fundadora de la Europa moderna. Italia es una potencia mundial. Si se va Italia, adiós Europa. No lo van a permitir. Aunque, por si acaso, Berlusconi congelará las pensiones, hará pagar la sanidad a los italianos, recortará los gastos públicos, podrá en la calle a media clase trabajadora y procurará, antes de irse de una vez, rebajar la deuda o aplazarla.

No entiendo ni una palabra de todo lo que está pasando. Vivimos unos momentos de desinformación como nunca en nuestra historia. En la tele, en los periódicos, en la radio, en la boca de los políticos, de los economistas, se emplean frases, definiciones, explicaciones, que el pueblo no entiende en absoluto. Hay una crisis, eso lo sabemos. Una crisis espantosa. También sabemos cómo empezó: con la estafa del siglo a cargo de unos banqueros de Wall Street, que negociaron productos basura, se forraron y hundieron el sistema. Creo que sólo uno de ellos, o dos, no sé, están en la cárcel. Los demás cobraron, o siguen cobrando, bonus millonarios. Pero de eso hace tres años. Y la crisis sigue y cada vez se complica más y cada vez la entendemos menos. Los mercados y las agencias de calificación mandan obscenamente sobre los gobiernos. Estos aplican medidas restrictivas, siempre para sufrimiento de la clase de tropa (la mayoría de nosotros, ciudadanos de a pie), nunca para los oficiales, los jefes o el alto mando. ¿Por qué no nos explican, de forma didáctica, qué es lo que pasa con la deuda, cuánto es lo que debemos, a quién se lo debemos, quiénes son los malos de la película, los desaprensivos (que los hay); cuándo remitirá la pandemia del paro, cuándo gobierno y oposición (a partes iguales de culpa) se pondrán de acuerdo para defender a España y no para dividirla cada día más? ¿Tenemos o no tenemos derecho a indignarnos ante tanta indignidad? Creo que sí, creo que estamos ya cabreados, hastiados, porque a este juego económico tan enrevesado, tan críptico, tan catastrófico, sólo juegan unos pocos. Los demás, o sea, la inmensa legión de votantes cuatrienales, somos sólo simples peones a los que se mueve, a los que se jode, y con los que no se cuenta para nada.