El 20 de noviembre de 2011 el país amaneció temprano. Era domingo pero no era un domingo cualquiera, había elecciones generales. Miles de ciudadanos, de una u otra forma, participaban activamente en los colegios electorales, unos convocados por la administración y otros muchos lo hacían de forma voluntaria poniendo de manifiesto su compromiso con los partidos políticos o las candidaturas más o menos independientes que acudían a las urnas con todas las bendiciones legales y reglamentarias.

Las encuestas del CIS, de los medios de comunicación y de los partidos habían arrojado unos pronósticos que oscilaban entre una mayoría absoluta ajustada para el PP (173-176) con un porcentaje de voto cercano al 45% y al PSOE lo devolvían a épocas electorales pasadas con un 35% de voto y un número de escaños en torno a los 129 diputados. Solo el diario Notorio, afín al gobierno -de tirada nacional-, daba resultados probables en torno a un empate técnico PSOE-PP. En el partido de Rajoy aún no las tenían todas consigo y habían realizado una campaña milimétrica y sin fallos para asegurar una victoria clara en la que no querían creer hasta verla. De otro lado, Rubalcaba había imprimido un estilo luchador, entusiasta y algo descarado que recordaba a un partido socialista ganador que causaba bastante respeto en sus adversarios y que desautorizaba con convicción al general de los sondeos y sus voceros. «Ganaremos también a las encuestas…» -repitieron una y otra vez-. Rosa Díez pidió a los electores un importante incremento de los apoyos para llevar la voz de la socialdemocracia española de la calle a las instituciones. Y Cayo Lara apeló a la necesidad de llevar a cabo políticas de izquierda sin complejos que impondrían al interés de los trabajadores y trabajadoras por encima de la dictadura de «los mercados». Ambos mostraron en común un ímpetu y unas dosis de optimismo en una pose que les hacía parecer convencidos de aumentar sus escaños en estos comicios.

La jornada transcurría sin incidentes -norma habitual y frase repetida por responsables políticos de todo pelaje a lo largo de toda ella- y transcurría rápidamente. Había, en los círculos más directamente relacionados con los partidos, una gran expectación por conocer datos de lo que llaman las israelitas, sondeos a pie de urna que oficiosamente a las 13,00 o a las 14,00 horas aventuran resultados. Nadie sabe demasiado de quién las hace ni como, pero a esas horas los muy aleatorios números que arrojan corren como la pólvora por casi todo el país. No había sorpresas, las israelitas indicaban una mayoría absoluta muy justa para Rajoy y un número de 118 diputados al PSOE, o sea, unos siete u ocho menos que los sondeos previos. Algunos, a la vista de aquello, quisieron interpretar que podía producirse un revés socialista aún más profundo que lo previsto, pero la mayor parte se inclinó por la idea de que no bajaría de los 125-128. Nadie esperaba sorpresas.

Los candidatos votaron muy de mañana, todos hablaron de participación -era alta- valorándola positivamente, y no dijeron nada demasiado reseñable, nada que no se haya dicho siempre. Quizá alguna mención acerca del comportamiento de Bildu en algunos puntos y una inquietante frase de Rubalcaba -Rubi- que pareció un guiño a los quinceeme: «…De todos depende que la responsabilidad del voto suponga un ejercicio de democracia real que nos llene de dignidad».

A lo largo de toda la geografía los reporteros y las cámaras de televisión recogían los testimonios y las imágenes de los colegios electorales y los votantes. Todo muy repetitivo, salvo quizá la anécdota de una periodista catalana de TV3 que entrevistó a Jordi Pujol tras ejercer su voto y que -un acto fallido, sin duda- intercambió unas palabras con la esposa de éste con la fatalidad de que se dirigió a ella llamándola «Doña Manola Ferrusola»… Un horror, la reacción de Doña Marta fue terrible y, visiblemente alterada mascullando algún que otro grito, acabó por llamar a la joven entrevistadora algo así como «lletja, espanyola desvergonyida» (fea, española desvergonzada). La sacaron de allí con algún empujoncillo mimoso entre el Sr. Pujol y su acompañante. La cara del ex-President más que un poema.

Y llegaron las ocho de la tarde. Los primeros sondeos de las televisiones fueron dispersos, aunque todos anunciaban una disminución de escaños para el PSOE mayor de lo previsto. Había nervios, nadie quería creer que se iba a producir algún tipo de vuelco importante. El ministro Camacho tenía que dirigir el relato. Tardó en comparecer, casi no había resultados oficiales. A las 21,22 horas los medios de comunicación conectaron en directo con la rueda de prensa del Ministro del Interior. Moderadamente serio, tras datos de participación, felicitaciones a éstos y aquéllos, aún solo con el 39,5% de voto escrutado dio los siguientes datos: PP (184-46,93%), PSOE (31-11,91%), UPyD (46-12,45%), IU (44-12,09%), CIU (18-4,99%), EAJ-PNV (9-1,88%), BNG (4-1,60%), ERC (3-0,83%), BILDU (3-0,62%), UPN (3-0,72%), CC (3-1,01%), Na-Bai (2-0,48%).

Nadie esperaba aquellos resultados, nadie pudo preverlos. Ocurrió con la práctica desaparición de UCD, pasó con la Operación Reformista, prevista ganadora, que no sacó ningún diputado salvo los que se presentaban como CIU. Nadie supo que en 2004 el resultado del PP se vendría abajo. Y ahora esto. Algunas veces pueden pasar algunas cosas y en ocasiones sí pasan.

…Estaba casi amaneciendo, se veía por el espejo.