No siempre el que mayor empeño o ardor ha puesto en combatirte cuando estás vivo celebra el día de tu entierro. Eso le ha ocurrido al veterano periodista Peter Wilby que escribió el pasado domingo que no habría que alegrarse de la muerte del News of the World, el tabloide británico de Rupert Murdoch, envuelto en el escándalo de las escuchas que ha hecho estremecerse a Westminster. Como ya sabrán, el News of the World se publicó por última vez después de 168 años de satisfacer la curiosidad y el morbo de una sociedad que jamás se preocupó por los métodos empleados para obtener las historias que tanto le gustaban y que formaban parte de la comidilla en los cenáculos. Del último número, dedicado a glosar sus mejores campañas y exclusivas, se vendieron cuatro millones y medio de copias, lo que supone prácticamente haber agotado la tirada entera.

Wilby escribió en su columna de The Guardian, el periódico serio de la izquierda que con más denuedo ha denunciado las prácticas amarillistas en la prensa inglesa, que puede ser peor el remedio que la enfermedad. A su juicio, el primer beneficiario de la desaparición del dominical de Murdoch será el Daily Mail, una publicación igual de indecente en el método pero menos honrada en la misión de excitar a los lectores que el News of the World y con una línea editorial más dura e inflexible en cuestiones que afectan a la libertad.

Defectos. Peter Wilby ha contado cómo durante años se dedicó a criticar los defectos del magnate dueño de News Corporation, el embrutecimiento de la sociedad y la contaminación de la vida pública. Él mismo ha escrito que, como cualquier periodista de izquierdas, se alegra de que el rey de los demonios no pueda ya lanzar sus hechizos malignos. Sin embargo, no ocultó algo que muchos de los que pertenecen o se mueven en el mundo editorial ya conocen: Murdoch, pese a todo, entiende y ama como pocos los periódicos impresos. Su imperio de papel en el Reino Unido le provoca en estos momentos más quebraderos de cabeza que alegrías, pero se ha dicho que él vive ese tipo de problemas con un estoicismo superior al que le embarga cuando recibe malas noticias por las inversiones fallidas en el sector digital.

Para Peter Wilby hay otros muchos más motivos para preocuparse que Murdoch. En concreto, si la regulación de la prensa que se anuncia con fines éticos no va a suponer un golpe definitivo a la libertad de los irreductibles periódicos británicos. El propio John Carlin se sumaba hace días a los temores de Wilby, sobre el futuro que le espera a la «agresiva independencia» de la prensa inglesa, no acostumbrada a plegarse ante el poder como ocurre en otros lugares del mundo.

Los periódicos, todos, tienen que desenvolverse dentro de la legalidad y con unas normas de decencia que en el caso de los tabloides del Reino Unido supuestamente no se ha encargado de tutelar como es debido la Press Complaints Commission (Comisión de Quejas de la Prensa), el organismo que teóricamente tendría que velar por ello. Pero lo que Peter Wilby y otros veteranos comprometidos con las viejas redacciones temen es que un nuevo código legalista, ajeno al interés público, ejerza sobre el periodismo mayor presión que la que ha tenido que soportar hasta ahora cuando se trata de contar una historia, abandonarla o modificarla por causas siempre mayores: «Bien para salvar al criquet, evitar una crisis bancaria, la angustia de una esposa y de los hijos...».

Presión. Según Wilby, el nuevo organismo, sea cual fuere su identidad, no debería añadir otro elemento de presión más. «El periodismo tiene que operar a veces al margen de la ley y de la moral. Al no tener que seguir un libro de reglas, los reporteros son en ocasiones más eficaces que la policía en la actividad criminal», escribió recientemente en The Guardian recurriendo a unos trazos quizás demasiado gruesos para explicar una parte importante de lo que sucede. No toda, pero sí sustancial.