En política el espíritu homicida tiene prestigio, pues todo líder debe saber matar, sobre todo a sus fieles. Pero en democracia un asesino sistemático tampoco vale, pues los propios fieles se deshacen de él como medida preventiva de supervivencia. El óptimo (por decirlo así) es el político de aspecto paciente y afable que aguarda su momento, y entonces descarga el hacha sin piedad.

Así nos quiere vender ahora a Rajoy su círculo de confianza, para por un lado probar su firmeza ante la corrupción y por otro desmentir la supuesta indolencia de marmota. Ahora bien, no se pueden forzar los gestos ni el carácter. Rajoy no es una marmota, animalito sociable y vegetariano, pues de serlo no hubiera llegado a donde está. Pero tampoco será nunca un killer, ni falta que hace. Su relativa indolencia es relajante, y, en los tiempos que corren, de las decisiones drásticas ya se ocupan los mercados.