Infierno de algodón o de puro lino. Guillotina de astracán, miseria con pantalones de cuero. La caída de Camps semeja una salida del armario de pleno derecho. Se va por un traje, como en el lejano Oeste si en éste se hubiera vestido de etiqueta, aunque también por el cerco judicial y las presiones silentes de Rajoy, al que todo el mundo se lo imagina capaz de hacer eso y solamente eso, presionar de manera silente. Qué cosa. Al Tito Paco, como le llamaban algunos de sus votantes más entusiastas e interraciales, qué cosa (de nuevo), le costará mirar cada día su guardarropa. Es como si uno hubiera sido condenado (o casi) por la taza de café o la tostada de la merienda.

No habría otra que cambiar de menú, aunque eso implicara verse literalmente en pelotas. La maja desnuda, las vergüenzas del presidente. Mejor no jugar con fuego. Uno piensa en Camps como en Nerón, embutido en una toga, acaso entre la risotada y la catalepsia, acaso mejor en una sábana, que es más moderna. Eso si creyera en los atributos elementales de la decencia, que en este caso funcionan como una paradoja de las que los poetas dicen llameantes, o lo que es lo mismo, vergüenza para no emponzoñarse y mostrar las vergüenzas. La alta política, sin embargo, es poco dada (en general). Los mandatarios caminan con la frente muy alta, por eso están tan morenos. Hitler, por ejemplo, nació con vocación nívea y rubicunda y murió con el bigote tostadín, al dente. A Franco le tildaban de chaparrito, además de otros menesteres. Qué cosa. Tantas sesiones de rayos uva para acabar con tu carrera política por cubrirte de cuerpo entero. O por el recato de la vestimenta. Los deslices que se le imputan a la panda de Valencia convierten a Roca en un sujeto refinado.Seamos serios.

Se puede perder la cabeza por tener un Miró en el baño, eso es perfectamente comprensible; no tanto por un cruzado americano o una chupa de seda. La vanidad es mortalmente ridícula, pero en algunos más que en otros. A mí el que me hubiera querido extorsionar con gemelos, cuellos nobles, zapatos y chaquetas se habría expuesto a un discurso sin fisuras sobre la integridad moral del hombre (ya) y los principios deontológicos que informan su lugar en la tierra. Qué no llevará el río para que suenen los cascabeles, decía mi abuela.

El problema de España no es la corrupción, el problema son los amigotes. El cine, una partida cutre de colegas. Millones y millones de subvención y nadie es capaz de plantear una película como Canino (Giorgos Lanthimos, 2009), hecha en un tiempo y en un espacio mortalmente parecido a éste, casi en la misma oleada térmica. Ya me dirán en qué se diferencian Grecia y España para que haya tanta distancia en su nivel cinematográfico, en su lenguaje. Será cosa de las cañas. De ir de cañas y oír lo de siempre. Yo tengo un colega. Ése es de los nuestros. Contrata, beca, dale una parcela, la organización de un sarao. Que luego vendrán los trajes y las prebendas.