La masacre de Oslo pertenece al pasado milenio, a los tiempos de las purgas masivas de disidentes internos con la excusa del enemigo exterior. Es el retorno inquietante de algo que creímos, o quizás deseamos, haber dejado atrás. Parece que Anders Breivik siguió un proceso de anatemas sucesivos que le llevó a masacrar a los noruegos para salvar a Noruega, asimilada a una identidad cultural y política determinadas y excluyentes.

Un proceso que empieza por la incomodidad ante lo distinto que, además, se considera de inferior categoría humana. El sentimiento es racionalizado en apariencia (si se racionalizara de verdad, se eliminaría) y se convierte en una islamofobia argumentada. Hay miles de páginas en que sustentarla, y no solo de origen racista. A poco que se fuerce, el discurso sobre las raíces cristianas de Europa puede usarse como paraguas para la exclusión de «los otros», fuera cual fuera la intención original. Situado el tema en el plano religioso, el próximo paso es hablar de invasión musulmana, rememorando las de árabes (hasta Poitiers) y turcos (hasta Viena), heridas todavía abiertas a pesar del tiempo transcurrido.

Si hay invasión, Europa está en peligro, y Noruega en ella. Lo siguiente, y este es el momento crucial, consiste en «comprender» que el verdadero peligro no son los potenciales invasores sino los colaboracionistas locales, y en ellos se incluye a todo el que no tenga un discurso tan beligerante como el propio. Los tibios, los integradores y los multiculturalistas se convierten entonces en la amenaza principal, y neutralizarlos, en la misión prioritaria. Con dicho pretexto, los totalitarismos de cualquier tipo han dedicado grandes esfuerzos a eliminar la disidencia interna. En Noruega, y a los ojos de Breivik, los colaboracionistas que iban a bajar el puente levadizo eran los socialistas, y a ellos aplicó su gélida furia.

Breivik comprimió todo este proceso en el tiempo, lo desarrolló privadamente, y solo lo sacó a la luz, inyectado de violencia, en el momento final. Dirán que está loco. Es probable. Pero entonces, locos estaban todos en los tiempos en que la persecución y quema del heterodoxo eran el pan de cada día. Lo que es distinto en Breivik es la condición de vengador solitario, pero su desatino se alimentó en un entorno que ahí sigue.