Ya lo advirtió James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992, señalando que la situación de crisis económica por la que atravesaba EEUU ecomendaba que los mensajes electorales debían estar enfocados y relacionados con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades y problemas más inmediatos, y estos en estrecha relación con la crisis y sus repercusiones laborales, por lo que marcó como eslogan de la campaña, frente al entonces presidente George Bush, la frase «Es la Economía, estúpidos» considerando que con ella se marcaban los aspectos esenciales que afectaban a la ciudadanía. No hay duda que la principal preocupación de los españoles son las graves consecuencias que, como efecto de la crisis, vienen padeciendo.

En este contexto, el pasado día 20, los ciudadanos españoles expresaron con su voto el deseo de cambio político, otorgando una mayoría arrolladora al Partido Popular, los analistas coinciden en que el vuelco electoral ha estado motivado, en buena parte, por la grave situación económica en la que estamos instalados y cuyo reflejo más dramático son los cinco millones de parados.

Por ello, el nuevo Gobierno salido de las urnas tendrá que tomar decisiones en el ámbito económico, para poder afrontar el problema del desempleo, embargos masivos de viviendas, crisis del sector inmobiliario, reorganización del sistema financiero, situación del euro y un largo etcétera que ocupan y preocupan a la mayoría de la ciudadanía. Son todas cuestiones urgentes e imprescindibles de abordar. No obstante, la más inexcusable es la referente al drama del paro, cuyo sector de población más azotado por el mismo es el segmento de jóvenes menores de treinta años.

El paro juvenil es, en mi opinión, el más grave con el que nos enfrentamos el conjunto de la sociedad, no solo por los datos cuantitativos, uno de cada dos jóvenes menor de 30 años no dispone de empleo y la precariedad es la tónica habitual en el resto, donde tres de cada cuatro contratos es de carácter temporal, sino por lo que supone de generaciones desencantadas, desorientadas y perplejas, con sensación de fracaso y constantes dudas, especialmente de quienes, atraídos por un modelo productivo, en el sector de la construcción y los servicios, dejaron los estudios y no han ido más allá del título de enseñanza secundaria obligatoria. Paradójicamente, con el boom inmobiliario se generó una dinámica de dinero fácil y rápido, que hacía atractivo dejar de estudiar. Las consecuencias son esos cientos de miles de jóvenes que no tienen ni el título de ESO y solo un porcentaje mínimo ha participado en programas de iniciación o inserción profesional. Es cierto que el desempleo afecta igualmente a aquellos que tienen titulación universitaria, pero estos, pese a las enormes dificultades del momento, tienen más posibilidades de encontrar un empleo, aunque no siempre acorde con su titulación, pero que se multiplican de modo exponencial en quienes carecen de titulación o cualificación profesional.

En cualquier caso, los datos son dramáticos por su magnitud y lo que está representando para el presente y futuro de estas generaciones. Otros países han recuperado modelos de formación dual sobre la base del aprendizaje y las practicas en empresas, capacitando a los jóvenes para su incorporación al mercado laboral. Quizás en esta línea se deba avanzar para poner freno a la falta de esperanza de miles de españoles.