Los jardineros que tengo la buena fortuna de conocer lo dicen: el mejor tiempo para la poda de los árboles, las enredaderas y arbustos es el que coincide con la luna menguante de enero. «En la menguante de enero corta el madero». También es el mejor momento para plantar el ajo y otras cosas buenas. Carl Sandburg decía en uno de sus poemas que la luna es la única amiga con la que aquellos que se sienten solos pueden hablar. Aquella silenciosa y pálida deidad iluminaría en secreto un sendero de palabras y emociones para aquel joven poeta de Illinois, descendiente de emigrantes suecos. La misma deidad que estos días guía las herramientas de podar que cumplen con el rito anual del sacrificio de plantas en las que la savia duerme.

Me escribe un muy buen amigo italiano. Culpa a la menguante de enero de los dos desastres que han golpeado estos días a su país. El primero tuvo lugar cuando los diputados afines a Silvio Berlusconi en el Parlamento de la república italiana votaron para impedir el ingreso en prisión de uno de sus compañeros: el onorevole Nicola Consentino, secretario de Estado de Economía en el último gobierno de Berlusconi. Aupado por Il Cavaliere a las más altas instituciones del Estado a pesar de que en 2009 los jueces le acusaron de ser el presunto eslabón político de la Camorra y del poderoso clan de Los Casaleses. 309 honorables diputados votaron en la augusta cámara para librar de la cárcel al honorable Nicola Consentino. 289 votaron a favor de su arresto. La Casta siempre protege a los suyos.

El otro desastre, dos días después, ha sido la tragedia del Costa Concordia, inmolado en los arrecifes de la Isola del Giglio. Desde hace medio siglo Italia ha sido la reina del mundo de los grandes cruceros. Recuerdo los tiempos gloriosos de aquellos transatlánticos de la Italian Lines, el Raffaelo, el Michelangelo, el Cristoforo Colombo, navegando majestuosamente a través de las Columnas de Hércules camino de Nueva York. Con el France y el Queen Mary fueron los dioses de aquel Olimpo marino. Aquella forma de viajar tuvo algo de un elegante y hermoso fin de época. Lo de ahora no deja de ser una caricatura de lo que fue aquello.

Recuerdo mi navegación por aguas del Tirreno en otro barco mucho más modesto. El Constitution de la American Export Lines. Junto con su hermano gemelo el Independence recorría el Mediterráneo antes de zarpar de Algeciras rumbo a Nueva York. Entre Nápoles y Génova navegamos por la misma calzada acuática que debería haber seguido el Concordia. Cerca de la costa toscana había pequeñas islas. Muy atractivas. Una de ellas pudo ser la Isola del Giglio.

Mi amigo italiano está seguro. El capitán del desafortunado barco tuvo que haber sido subyugado por la diosa de la noche ungida en las galas sacrificiales de la menguante de enero. Ahora tanto él como aquellos señores diputados se encuentran instalados en la historia del deshonor. Quizás quiso aquel marino exhibir su poder de auriga de aquel buque inmenso. Quizás deseaba ser admirado, en el pedestal del puente de mando, por la deidad silenciosa, de pálida piel dorada. En cuanto a los otros, los diputados, las motivaciones siempre serán más fáciles de descifrar.