La imaginación está en el paro. La inteligencia constructiva y el equilibrio en el reparto del esfuerzo, también. Sólo así se entiende la esencia contradictoria del espíritu nacional de la nueva reforma: abaratar el despido como llave para crear empleo. Con un par, los alquimistas de la política económica, una vez más y llevamos unas cuantas, han vuelto a diseñar un plan basado en abrir la puerta de salida a los trabajadores. Es decir, para crear empleo primero hay que destruirlo. Brillante fórmula. A los expertos no se le ocurre arriesgarse con un enfoque que priorice nuevos modelos de gestión enfocados a mejorar la productividad y la competitividad incentivando la calidad del trabajo, el apoyo a la profesionalidad, la valoración de la experiencia o un equilibrado como equitativo reparto de sacrificios y beneficios entre empresarios y trabajadores. Aquí, se culpa al empleado de las pérdidas, se le castiga por sus exigencias desorbitadas, por su absentismo y por tener criterio, se abarata su sueldo y se echa a los mayores a la calle para contratar jóvenes a precios más bajos. Encima, las mentes preclaras intentan convencer a la soldadesca con el viejo truco de la zanahoria: si despido más barato unos saldrán pero muchos más entrarán a ocupar sus puestos. ¿Quién se lo cree?

Mucho habría que hablar también del espaldarazo que le da la reforma al libre albedrío de las empresas a la hora de justificar los despidos, los Eres, la movilidad, el recorte de horas o la evaluación de la actitud de quiénes ya trabajan en oficinas del silencio, bajo el salario del miedo y la niebla del futuro. Si uno lee despacio la letra pequeña se dará cuenta de que el currante es siempre el sospechoso. La lupa jamás enfoca los sueldos excesivos, la mediocridad o la falta de iniciativa de gran parte de los directivos y empresarios de este país, acostumbrados a llorar en público y a brindar con champán en privado. Lo que importa es doblegarse a las demandas de Europa, a la dominante tendencia conservadora que anda desempolvando viejos privilegios y jerarquías sociales y morales, sin tener en cuenta que en el resto de Europa las cifras del paro son más bajas y el mercado de trabajo es más adulto, profesional y responsable. Una vez más toman a la ciudadanía por tonta y provocan que los sindicatos se revaloricen echándose al monte, aunque sea para defender un aburguesamiento que el gobierno tachará de traición obrera.

Hacer una reforma laboral no es fácil. Cualquier camino que se diseñe tendrá más de un lobo amenazante y un porcentaje de víctimas colaterales. No seamos ingenuos. En esta lucha contra crisis, en la que hay héroes anónimos y héroes abatidos entre los currantes y quiénes apuestan por hacer empresa, es urgente que afrontemos un cambio de mentalidad, ideas atrevidas y bien argumentadas. Una apuesta que debería haberse puesto en práctica cuando la economía era favorable, en lugar de creernos los más listos y guapos. Ahora hay que asimilar que es inevitable transitar por un abrupto trecho pero también que el sacrificio es cosa de todos y no de de los de siempre, y que las solución no mes el regreso al sofisticado feudalismo que nos imponen. Una de las principales cuestiones, la de reactivar la economía incrementando el consumo, para lo que es imprescindible que exista empleo y estabilidad, no aparece como objetivo protagonista en esta reforma que empieza a parecerse demasiado a las nefastas reformas del sistema educativo que han empobrecido la formación y el conocimiento, igual que ahora empobrecerán el trabajo. Lo fácil es obligar al trabajador a que baile más en el alambre del vértigo y la náusea existencial, lanzar promesas que son frágiles espejismos, como la de cambiar paro por dinero para que se abran nuevas empresas que a su vez generen empleo. ¿En qué sector?, ¿con el apoyo de qué entidades financieras -preocupadas por salvar sus caudales- o de qué administraciones en números rojos? Está claro que la reforma crea incertidumbre y agranda la brecha social e ideológica. Sin embargo, pocos abordan que mientras en este país no alcancemos todos la necesaria madurez y cultura para trabajar mejor y dignificar el esfuerzo de unos y otros, estaremos condenados al desasosiego, al conflicto, a un futuro del que ya estamos despedidos.