Empezamos el mes de marzo. El invierno está vencido -sin caer un litro de agua sobre los campos de Doña Cayetana- y, sin embargo, estamos contentos de poder disfrutarlo. ¡Ea!, ya ven, nos contentamos con poca cosa.

Ni nos cabreamos siquiera al oír decir al arzobispo de Granada que somos «un pueblo subsidiado» y que el pueblo español sólo aspira a ser «empleado público» y no nos incomodamos porque, a ver, ¿no somos los españolitos de a pie, con nuestros impuestos, los que pagamos al clero? Bueno, si fuera usted inteligente no incordiaría a los pobres «subsidiados», que luchan diariamente para poder ver cubiertas sus necesidades más perentorias.

En cuanto Madrid pague a las comunidades autónomas los tres mil millones que les debe, ese 14% de trabajadores parados respirará algo más tranquilo. Pero cuando nos ponemos a hablar… ¡Madre mía!

Mi felicitación a la rectora Dª Adelaida de la Calle, por su medalla de Andalucía. Reconozco en ella a una mujer tolerante, inteligente y conciliadora. Hace muchos años, coincidimos en un acto de clausura de un certamen de cine y luego continuamos la fiesta como acostumbramos en Málaga, tapeando. Dejamos a un lado las cosas importantes y hablamos sobre maridos, hijos y anexos. Lo que manda la Constitución.

Entretenido el partido de ayer de nuestra roja, perdón, azul, contra la selección de nuestro país hermano, Venezuela. Quizás fueron demasiados goles. Deberíamos haber sido más generosos, pero en el fondo, muy en el fondo, gozamos con el evento. Vaya todo por la roja, o azul, que ya no caigo.