He pasado unos días en España para impartir un curso en un máster universitario. Tuve la oportunidad de ver, el sábado por la noche, un debate televisivo que trataba de responder a esta cuestión: ¿Aprueba o suspende nuestro sistema educativo? Me sorprende que en esos debates haya periodistas, políticos, escritores, sacerdotes, abogados, sociólogos… y casi nunca especialistas en educación. Algunos contertulios parecían carniceros en un Congreso de Vegetarianos. A mi me gusta que los medios de comunicación se ocupen del sistema educativo no solo cuando hay conflictos, escándalos o problemas sino para analizar lo que sucede, para reflexionar sobre su importancia y para hacer propuestas de mejora.

Vuelvo a repetir lo que dije hace unas semanas en este mismo foro: no puede ponerse la educación al servicio de la política sino la política al servicio de la educación. Y eso lo digo no solo para el PP sino para todos los partidos del arco parlamentario. De izquierdas y de derechas.

Me va a permitir el lector que me centre en un aspecto del debate: la asignatura Educación para la Ciudadanía. Una de las primeras medidas que ha tomado el Ministerio de Educación de España ha sido la de anunciar que desaparecerá o se modificará la asignatura Educación para la Ciudadanía. Ha sido toda una declaración de principios. Sin duda, una concesión al ala más conservadora del partido. Esta asignatura fue objeto de una inusitada campaña emprendida por la derecha española, que quiso ver en ella un intento del gobierno socialista de indoctrinar al alumnado en una determinada ideología.

Las familias más conservadoras del país, espoleadas por algunos medios de comunicación como la cadena de radio COPE, el periódico El Mundo, la cadena de televisión Intereconomía…, pusieron el grito en el cielo y emprendieron una campaña de objeción de conciencia que acabó estrellándose contra una sentencia, a mi juicio razonada y razonable, del Tribunal Supremo. Dijeron los jueces de este alto tribunal que no había indicios de tal sospecha y que no procedía la objeción. De poco ha valido la sentencia. Estas «santas» familias, que han asistido sin rechistar durante décadas al quehacer de una escuela fascista, gritaron con furia porque un gobierno de izquierdas pretendía imponer, a su juicio, su ideología a los niños.

La asignatura, que nace de un mandato de la Unión Europea y que se encuentra en el currículum de numerosos países, trata de establecer las bases para el aprendizaje de la convivencia en una sociedad democrática. Cuando plantea el matrimonio homosexual no invita a nadie a casarse con una persona del mismo sexo sino que dice que en la sociedad en que vivimos hay personas que pueden libremente hacerlo. Cuando trata del divorcio, no insta a nadie a practicarlo sino que se informa de que hay personas que pueden separarse legalmente. Cuando habla del aborto no aconseja realizarlo sino que dice que hay determinados casos en que está permitido llevarlo a la práctica en la sociedad en que vivimos.

Una tertuliana, de cuyo nombre no quiero acordarme, leyó un párrafo (descontextualizado por completo) de un manual de la asignatura Educación de la Ciudadanía con fines descalificadores. ¡Cómo me hubiera gustado replicarle con la lectura de algunos párrafos de manuales de formación católica, antiguos y modernos.

Algunas personas que participaban en la tertulia se mostraban muy satisfechas de la decisión del Ministerio argumentando que solamente las familias tienen el cometido de la formación moral de los hijos. A través de este principio, que proclaman con absoluta convicción los padres y madres más indoctrinadores, niegan a la escuela la facultad de educar en valores. Qué disparate. Desde mi perspectiva, no hay escuela sin valores.

A mi juicio, la escuela tiene que enseñar a pensar y tiene que enseñar a convivir. Tiene que enseñar conocimientos y tiene que trabajar para que esos conocimientos no se conviertan en una modo de explotar, dominar y engañar a los demás. No hay conocimiento útil si no nos hace mejores personas. Podemos tener un cuadro consensuado de valores en una sociedad democrática como defiende Adela Cortina en su libro Ética de la sociedad civil. Una ética que sirva para creyentes y agnósticos, para blancos y negros, para progres y fachas… Una ética asentada en la justicia, en la libertad, en la solidaridad, en la compasión, en la paz, en la dignidad de los seres humanos… Estoy de acuerdo con la autora cuando dice «En una sociedad democrática, los políticos son elegidos para tomar decisiones políticas, no para tomar decisiones morales, pues eso es cosa de los ciudadanos».

Philippe Perrenoud escribió hace tiempo un artículo de título impactante: La escuela no sirve para nada. Venía a decir que un alto nivel de instrucción tiene poco que ver con el orden de la ética. Y que la tarea de la escuela es dar herramientas para entender el mundo pero, también y, sobre todo, inculcar solidaridad y compasión sin las cuales el mundo no sería habitable. Una escuela sin valores, no es escuela. Si solo nos preocupamos de que las personas sepan muchas cosas podríamos estar consiguiendo que este mundo estuviese dominado por las leyes de la selva, pero más elaboradas. No puedo dejar que se peguen dos chicos en el patio bajo la excusa de que la educación moral es asunto de las familias. No puedo olvidarme de la igualdad de derechos y oportunidades de los niños y de las niñas, diciendo que esas cuestiones son indoctrinadoras.

Lo más curioso es que, cuando llegó el momento de pensar en la enseñanza de la religión en la escuela, quienes se había mostrado contrarios a que en la escuela no deberían enseñarse otras cosas más que matemáticas y geografía, dijeron que era un ámbito magnífico para enseñar los principios de la moral y de la religión católica. A nadie se le debe impedir que se forme en los principios de su religión. Pero eso ha de hacerse, a mi juicio, en las parroquias, en las mezquitas, en las sinagogas…, pero no en las escuelas. ¿Por qué han de dar los agnósticos su dinero para que se forme en religión a los niños y a los jóvenes? ¿Les parecería bien a los creyentes que con su dinero se impartiesen clases de ateísmo?

Creo que en la escuela tiene que haber formación en valores. No formación religiosa, sino ética. Como dice Perrenoud: «La escuela debe desarrollar la solidaridad y el respeto al otro sin los cuales no se puede vivir juntos ni construir un orden mundial equitativo».