El año 2011 ha sido especialmente convulso en las cofradías malagueñas. Los problemas internos han ocasionado muchos dolores de cabeza y hundido la imagen de las cofradías ante muchos malagueños. Los debates sobre lo que se ha hecho, lo que se debería hacer, quién es más culpable o cuáles son las soluciones pueden ser eternos. Y lo serán. Pero el problema de raíz es más profundo y merece la pena pararse un poco para reflexionar.

Las razones de que se produzcan estos problemas internos son complicadas de desentrañar. Por un lado hay una cierta contaminación de los usos políticos de los últimos años, con enfrentamientos e insultos cruzados. Parece que se ha perdido el sentido de que las cofradías son, en esencia, una institución religiosa, no política. Esta contaminación ha llevado a confundir elecciones con campañas, decisiones con venganzas y hermandad con propiedad.

Sin embargo, quizá habría que dar un paso más en encontrar las causas reales de estos enfrentamientos. En el fondo, es la propia naturaleza humana la que está detrás de actuaciones basadas en la envidia, la ira y la soberbia, principalmente. Y sí, son tres de los siete pecados capitales y las raíces de los males causados por los hombres. Sé que esto empieza a sonar a una homilía pero, prejuicios aparte, las personas somos como somos y la lista de los pecados capitales no son más que una radiografía del comportamiento humano y los motivos que nos llevan a actuar con bajeza, como Dante supo expresar muy bien en La Divina Comedia. Ninguno está libre de ellos, en especial de la soberbia, que es el núcleo de donde se desgajan los otros seis.

El problema de las cofradías no es que sus integrantes seamos presa de estas debilidades, el problema es que seamos incapaces de poner freno a estas actitudes. Una hermandad debe cultivar una serie de virtudes entre sus hermanos que compensen actitudes dañinas o enfrentamientos estériles. La generosidad, el perdón o la templanza, claves en la fe cristiana, son algunas de las tablas de salvación que pueden hacer que una cofradía sobreviva al poder autodestructor de las riñas internas.

Estamos sobrados de afán de protagonismo y de declaraciones ex catedra, que sólo llevan a la división y a transmitir una penosa imagen a la sociedad, no sólo a otros cofrades, sino a aquellos que no entienden la devoción popular y sólo encuentran en estas peleas alimento para la crítica feroz. Es hora de que las hermandades empiecen a hacer honor a su nombre.