Como a Dios lo hemos hecho a nuestra imagen y semejanza (porque no tenemos una imaginación capaz de mucha desemejanza) a la tecnología siempre le hallamos parecidos razonables. La mecánica, que ha trabajado la multiplicación de la fuerza, ha tenido dientes que engranan, muelas que muelen, brazos que levantan y motores como corazones con bombeo y riego.

La informática se ha quedado con la cabeza, especializándose en el cerebro, la vista y el oído. Nuestros ojos ya no miran, escanean, y no es que una computadora sea un cerebro electrónico, que se decía antes, sino que el cerebro es un ordenador húmedo.

La metáfora se ha adueñado de todo. Al principio nos mosqueaba que cualquier dispositivo electrónico tuviera más capacidades y aplicaciones de las que íbamos a usar porque era una forma de pagar por lo que no queríamos pero ahora preferimos ir sobrados.

Eso se ha trasladado a mundo del trabajo. Cuando un ordenador no puede hacer algo y es preciso contratar a una persona, el trabajador ha de ser de última generación (joven), barato (reforma laboral) y tener muchas aplicaciones distintas (mucha preparación) aunque no sean necesarias en el empleo para el que es requerido.

Ahora mismo lo que tiene que hacer un trabajador es desempeñar la mayor tarea posible por la menor cantidad de dinero y sólo imaginar que pueda producir una protesta es desencadenar el Armagedón.

Según el ministro de Justicia, destruir un contenedor destruye muchos puestos de trabajo y produce mucha desconfianza en los mercados. Para cualquier empleo de mierda (entiéndase como tal no la tarea, siempre digna, sino la relación trabajo-salario, cada vez más indigna) mejor si el chaval maneja tres idiomas con nivel alto en traducción, conversación y lectura para que, con la lengua materna, curre, cobre y calle la boca en cuatro idiomas.