Hoy 8 de marzo, el Día de la Mujer Trabajadora, hay que pensar no sólo en lo que hemos conseguido sino en todo el camino que nos queda por recorrer. Si bien el 96% de las mujeres españolas asegura no sentirse discriminada por ser mujer en ningún ámbito de su vida, el CSIC, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en el Informe Fecundidad y Trayectoria Laboral de las Mujeres, revela una situación completamente distinta. De él se desprende que el 75% de las mujeres trabajadoras han sufrido problemas laborales por su maternidad, siendo éste el motivo de que cada vez las españolas retrasen la edad media para ser madres. No podemos olvidar los avances en la consecución de la verdadera igualdad entre hombres y mujeres, pero tenemos una realidad que es que el coste recae principalmente en la mujer.

Las mujeres que actualmente tienen trabajo fijo tienen su primer hijo a los 3 años de iniciarse la convivencia. Igualmente a la hora de ser madre influye decisivamente la formación, cuanto mayor es el nivel de estudios mayor es la edad a la que se casan y tienen el primer hijo. Esta situación en nuestra sociedad contribuye al envejecimiento de la población, y ello puesto a que apenas nos enfrentamos a esta situación porque el problema de la mujer española no es la discriminación sino la conciliación, y ello determina que en la actualidad para una mujer que trabaja el tener un segundo y tercer hijo supone un incremento significativo en sus problemas laborales, llegándose en ocasiones a una situación de exclusión en el mercado laboral y en casos extremos a perfiles de pobreza y marginación.

La sobrecarga de trabajo igualmente que soporta la mujer está pasando facturas a la salud. Diversos estudios han puesto en evidencia que el estado de salud de las mujeres asalariadas empeora a medida que aumenta el número de personas que requieren cuidados en el núcleo de la convivencia familiar. Las mujeres entre 35 y 55 años son las que tienen mayores enfermedades debido al estrés. Para muchas españolas la incorporación a la vida laboral está significando importantes costes personales, ya que son el único agente activo de conciliación, que se enfrenta a la obligación de compaginar la esfera laboral con la familiar, por lo que son demasiadas las que a menudo se ven abocadas a marginar una de las dos áreas.

Esta situación se da en nuestra sociedad porque la incorporación de la mujer a la vida laboral no ha roto con las costumbres ancestrales. La tradición sigue presente y acentuada en los hogares españoles en lo que se refiere al reparto de las tareas domésticas y familiares. Los hombres se van incorporando lentamente a las tareas del hogar y cuidado de la familia, pero la mayoría de las veces desde una actitud de ayuda no de corresponsabilidad. Necesitamos un cambio de mentalidad en los hombres y todavía en algunas mujeres ya que la conciliación nos concierne a todos, no es tarea exclusiva nuestra.

Les hablo de poder compatibilizar el trabajo remunerado con las tareas domesticas, las responsabilidades familiares y la vida privada. Para ello es imprescindible la participación de todos los hombres, puesto que es inviable el reparto equitativo de responsabilidades en las tres esferas de nuestras vidas: familiar, laboral y personal, sin la implicación de los hombres puesto que también conforman el núcleo familiar. Sin un cambio de mentalidad y sin la participación de los hombres es imposible la existencia de un reparto equitativo, de una verdadera conciliación. Es absolutamente necesario en nuestra sociedad avanzar en el reparto de responsabilidades para contribuir al bienestar personal y a la calidad de vida de todos los miembros de la familia, así como para el mantenimiento del equilibrio familiar y social. De ahí la necesaria implicación de las administraciones, para que además de que se posibilite la conciliación se logren los objetivos de una sociedad verdaderamente igualitaria.