La pregunta de si hay una solución para el permanente conflicto entre el poder político y la prensa sólo tiene una respuesta: seguir haciendo periodismo. A un periódico le resulta indispensable actuar como contrapeso de ese poder si aspira a ser creíble para sus lectores. La prensa y el resto de los medios de comunicación han sido, desde la invención de la imprenta, un recurso de los ciudadanos contra el abuso de los poderes. Las veces que no han ejercido el papel asignado y se han mostrado genuflexos, por las razones que fuesen, los ciudadanos han tenido motivos suficientes para darles la espalda.

La existencia de una prensa que se muestra sumisa o sometida al poder no tiene sentido ¿Qué papel le quedaría desempeñar si no es el de trasladar los hechos, interpretarlos y opinar sobre ellos? Los hechos están en la raíz del negocio de la comunicación; un periódico vende noticias y en la actualidad lo hace en un mundo donde los flujos de información son, por su tamaño, más difíciles de parar y no se encuentran siempre bajo el férreo control del poder. Esto último produce una insatisfacción entre los gobernantes o políticos de escasa voluntad democrática empeñados en cercenar la libertad de expresión cuando ésta les resulta desfavorable. Tenemos más de un ejemplo reciente.

El presidente de Ecuador, Rafael Correa, debió de sentirse tremendamente insatisfecho, incluso frustrado, cuando la pasada semana se vio obligado a indultar a los directivos y al periodista del diario El Universo condenados a penas de prisión y fuertes multas por un delito de injurias contra él. No se hubiera comportado magnánimamente de haber podido evitarlo, sin embargo la presión internacional lo llevó a tener que comerse sus ínfulas de déspota primario. Tampoco ha podido evitar quedar ante el mundo como un ejemplo de dónde está dispuesto a llegar un político sin escrúpulos democráticos con tal de librarse de un periódico incómodo y dejar claro, al mismo tiempo, a los demás lo que les podría suceder en el caso de seguir por ese camino.

Perseguir la autocensura de los medios es la primera obsesión de este tipo de políticos caudillistas, distantes de la normalidad y los comportamientos democráticos. Llegan al poder sirviéndose de las urnas pero viven a espaldas de las reglas del juego de una sociedad garantista. Prefieren imponer las suyas propias, tratando de amedrentar las voces que no les son favorables y, como sucede en Ecuador con Correa, controlando los mecanismos judiciales para poder condenar y, posteriormente, ejercer su gracia frente al indultado.

Afortunadamente, a veces, el clima de convivencia social no es el adecuado para especímenes como Correa o el mismo Chávez, pero ello no ha impedido que algún gobernante busque sacudirse el corsé democrático que lo oprime, hasta el punto de emprenderla a patadas contra la libertad de expresión. La tentación del político autoritario es conseguir que se haga un periodismo de marcianos, de aparente imparcialidad política, con el fin de encubrir la realidad decantándola hacia sus intereses. Cuando no lo consigue, intenta por todos los medios acallar al periódico que no está dispuesto a plegarse al poder. Vistos los métodos empleados por algunos, no hay razones de peso que inviten a dudar de que este tipo de gobernante fuese a actuar con toda la voracidad de su tendencia más carnívora en un hábitat salvaje. Desdichadamente para él y felizmente para quienes creemos en el derecho de los ciudadanos a estar informados y a una opinión libre, las condiciones ambientales no siempre le son propicias.