Hoy, mientras escribo estas veinte líneas que se han de publicar mañana, contemplo una y otra vez la escena en la que un señor -por decir algo-, que es presidente de los periodistas de Granada, -levanta su correa dispuesto a fustigar a una joven que protesta contra Israel- me viene a la mente que es el Día de la Mujer Trabajadora. A él no se le va a olvidar la fecha, a la perjudicada, tampoco. Yo, anciana, pienso que cuando la cabra tira al monte no es porque sea cabra, si no porque tiene costumbre de trepar.

Y ya que hablo de impertinencias, señalo la que tuvo ayer el ministro de Justicia al referirse a la Ley del aborto, que podremos estar de acuerdo o no con ella, pero, oiga usted, señor Gallardón, no nos proteja tanto a las mujeres, que no lo necesitamos, porque no somos, ni hemos sido nunca, tontas, se lo juro.

A un mes de la Semana Santa empiezan los agoreros a decir que este año el turismo va a disminuir en Málaga. ¿Qué trabajo nos cuesta ser más optimistas? Si la gente no puede venir por culpa de la crisis, pongamos de nuestra parte y hagamos que no se noten esas ausencias: saquemos las peinetas, las mantillas de la abuela y el traje de los entierros de lujo y, paseemos calle Larios arriba, calle Larios abajo, rellenando los huecos con nuestra buena voluntad.

Reconozcamos que en los años de bonanza, preferimos, en estas fechas, quedarnos por nuestros barrios por temor a la multitud. Todo se puede mejorar sin ponernos a llorar por las esquinas. Enseñemos a nuestros jóvenes lo que hicieron nuestros mayores para disimular la miseria de los años cuarenta y cincuenta, hasta la llegada del turismo. Si ellos pudieron hacerlo, nosotros también.