Los sindicatos han convocado huelga general en jueves, día de paella y supuesto punto medio de la semana. Pero el verdadero centro sería el miércoles, porque la mayor parte de jornadas laborales son de cinco días. Una huelga en jueves da ganas de pedir asuntos propios el viernes e ir de puente, suponiendo que tu empresa se sume al paro. ¿Cuántas lo harán? Ésta es la incógnita. La huelga de 2010, contra la reforma laboral de Zapatero, tuvo un seguimiento muy discutible y discutido, y no puede decirse que el país se paralizara. En realidad, pareció que las centrales salían algo tocadas, ya que sectores gubernamentales se sumaron al coro que acusa a los sindicatos de defender solo a los que tienen empleo y olvidarse de los parados. El gobierno actual dice lo mismo y con más sinceridad. Se ha extendido la convicción de que los dos grupos tienen intereses contradictorios, como si unos y otros no pertenecieran al mismo gremio: el de los que venden su trabajo a un patrón. El pensamiento dominante ha sustituido la contradicción principal definida por Marx, que enfrentaba capital y trabajo, por la contradicción secundaria entre ocupados y desempleados. De seguir por ese camino, a los primeros nos invadirá un sentimiento de culpa tan grande que saldremos a la calle a pedir perdón de rodillas mientras gritamos: «Sí, sí, reduzcan nuestros sueldos, porque somos unos indignos pecadores».

La reforma de 2010 no hizo que se creara la ocupación necesaria, pese a ampliar los supuestos por los que se podía acceder al despido barato. Por el contrario, el paro siguió creciendo. Las empresas en crisis se desprendieron de personal a un coste menor, pero las nuevas contrataciones no aparecieron porque en tiempos de recesión no hay trabajo por hacer ni, por tanto, demanda de mano de obra estable. Desde la patronal y desde la derecha política se dijo que la reforma había sido poco atrevida y por eso no funcionaba. Ahora se está diciendo lo mismo de la actual, porque la derecha gobernante tiene gente más a su derecha, gente con potentes altavoces y un mensaje muy claro: despido libre, fuera convenios, fuera subsidios de paro, y ya verás cómo vuelven los beneficios y las empresas contratan de nuevo. Lo dicho: los derechos laborales perjudican a los parados.

Entonces uno se pregunta qué pasará, el día 29, en una familia que tenga algún miembro trabajando con contrato indefinido y carnet sindical, y algún otro en las listas del INEM. ¿Quizás el parado acusará de «traidor» al ocupado que ha decidido secundar la huelga?