Entre las grandes aportaciones seminales que el siglo XX ha dejado en herencia al siglo XXI se encuentran internet y la penetración científica en lo más íntimo del ser humano. Ni la Red parece tener límites para su crecimiento, ni la ciencia para desvelar la física y la química de la vida y del alma. La suma de ambas líneas de cambio acelerado abre la puerta a todo tipo de ensoñaciones, que se arriesgan a quedar cortas.

¿Quién hubiera creído que descifraríamos el manual de instrucciones de los seres vivos, ese ADN que opera con las células del mismo modo que el prospecto de montaje con las maderas de un mueble en kit? Y lo hemos reducido a cifras y letras, digitalizables y transmisibles. Júntenlo todo, lo informacional y lo científico, y podrán fantasear con la creación, algún día, de seres vivos a partir de minerales con la ayuda de las instrucciones enviadas desde miles de quilómetros. El doctor Frankenstein ya no tendrá que estar presente en el laboratorio; le bastará con un smartphone.

¿Exageración? Experimentos con ratas han demostrado que un par de electrodos en el cerebro pueden recuperar la memoria perdida. En los humanos, el método resulta eficaz contra los síntomas del Párkinson. Y se ha probado, con buenos resultados, contra el trastorno obsesivo-compulsivo, lo que se suele llamar «manías», que a partir de cierta intensidad llegan a ser incompatibles con llevar una vida normal. Al protagonista de Una mente maravillosa le hubieran ido de perlas esos electrodos.

El cerebro ha sido y es el gran desconocido, la última frontera de la investigación, pero cada vez se conocen más detalles de su funcionamiento, y llegará el día en que se podrá dibujar el esquema detallado de todos sus circuitos, como se dibuja el de los aparatos electrónicos. Y sabremos dónde aplicar la corriente para obtener determinada respuesta. ¿Qué vamos a hacer con esa información?

Eduard Punset afirma, en el título de uno de sus libros, que El alma está en el cerebro. Durante siglos, como decía el alcalde de Zalamea, el alma solo fue de dios. Solo modernamente se abrió paso la idea de que el alma, fuera lo que fuera, era de cada uno. Pero ahora mismo le están poniendo electrodos, para que se serene o para que se reponga. Electrodos potencialmente activables y gobernables a cualquier distancia, a través de la Red. Se le abren al ser humano grandes esperanzas… y grandes temores.