Resulta fascinante que la alegre estudiantina se ponga a mil con esto de las primaveras, y piensen de buena fe que, a estas alturas, o bajuras, el vocerío callejero va a conseguir modificar un milímetro de realidad, por más lamentable que nos parezca. No digo que no sean nobilísimas las demandas, aunque también se oyen imbecilidades. Pero después de los últimos eventos electorales, masivamente participados y con resultados estelares para el PP, haría falta mucha masa crítica, y muchos más adolescentes apaleados por la policía, para conseguir mover un solo músculo del poder.

Según se esté en el gobierno o en la oposición, la voz del pueblo habita en el parlamento o en la calle, depende. Mucho desencanto político y mucha frustración, pero a la hora de votar la gente sigue acudiendo masivamente a la cita. Igual van engañados, al decir de algunos pancarteros, y se creen que al final de los recuentos rifan algo. En Valencia han ido mas allá, rozando lo paranormal: es el lugar de España donde más se vota al PP y, al tiempo, donde más bulla se monta en su contra. Siempre han sido muy innovadores los valencianos, y ahora mismo asombran al mundo con su propia primavera prêt-à-porter, gracias a la labor artesanal de la policía. La primavera era un evento del orbe musulmán, o una pizza, y ahora son estudiantes que cortan el tráfico para protestar contra los recortes. En tiempo de fallas, entre el fragor de las tracas y la dorada invasión de las peinetas, no sabemos si los revoltosos huyen de las fuerzas del orden o corren hambrientos hacia un puesto de churros y buñuelos.

Naturalmente, yo siempre estoy con la revolución, aunque reconozco en la intimidad que no sirve para gran cosa. Es como rezar, nadie te oye pero te crees que sí, y dicen que relaja mucho. Los panegiristas españoles de las primaveras musulmanas han enmudecido al comprobar que la democracia llena los parlamentos de fundamentalistas, no sé qué otra cosa esperaban. Pero las masas, o las masitas, ocupando la calle siempre convocan algo ancestral de nosotros mismos, el afán de libertad, un atributo del reino animal. Está en el ADN estudiantil asaltar la vía pública de vez en cuando, y en la paciencia del resto de la ciudadanía soportar el embotellamiento, como me ocurrió la otra tarde en Barcelona, que casi me leo la obra completa de Pérez Reverte en el taxi. Y eso que el alumnado es el único colectivo que podría neutralizar directamente los recortes, compensándolos con más horas de estudio, pero eso sería quizás demasiado original y podría sentar además graves precedentes. Invadir espontáneamente las plazas siempre resulta muy mediático, sobre todo si se trata de educandos en flor. Las manis de trabajadores y sindicalistas nunca ocupan tantos titulares porque tienen menos glamour, y no disfrutan del privilegio de salir en la BBC y en Russia Today, y si encima disponen de permiso gubernativo ni te cuento. Aquí la gracia está en tomar la calle saltándose los trámites, pasando de rollos legalistas, y no como hacen las personas vulgares. Claro que en esas circunstancias cabe estadísticamente la posibilidad de que algún policía en horas bajas se ponga las botas, y desde luego hay que saber que en ningún caso te van a invitar amablemente a merendar. Los papás de los alumnos deberían hacer un poco de pedagogía con todo esto, para no tener que ir después a buscar a los chicos a urgencias. Pero los estudiantes están en su papel, y querer cambiar el mundo en cuatro semanas y una docena de eslóganes es una etapa de la vida, como la consola de videojuegos o la masturbación. Lo que resulta grotesco es la beatería complaciente con la que muchos adultos acogen estos eventos, sin un solo matiz discrepante, por temor a ser tachados de viejos fascistas, o quizás confiando en rejuvenecer.

Pero lo más vergonzoso es la carroñería de algunos partidos intentado sacar tajada de estas movidas, y hasta de los heridos de una parte –ya sabemos que los policías no son personas–. En Valencia, cuna de esta nueva primavera prêt-à-porter, los socialistas se llevaron un líder estudiantil al parlamento regional, y lo exhibieron como cuando Franco pescaba una trucha de quince kilos. A saber dónde estarán estos jóvenes dentro de un tiempo, dirigiendo una PYME o malviviendo del paro. Las primaveras prêt-à-porter son efímeras. Sólo la policía podría reactivarlas y, de momento, no parece estar por la labor.