El hombre araña lanzaba sus redes por los edificios sin anuncios de la televisión pública. Al mismo tiempo, en la telaraña tejida por un tiempo degradado, Griñán y Valderas se esforzaban por escenificar su tertulia como un debate imposible en la televisión andaluza. Mabel Mata intentaba mantener el tipo moderando el encuentro a golpes de profesionalidad y buena imagen, con la espada de la ausencia de Arenas apuntando a su impecable currículum como periodista. Pero los 358.000 espectadores de media que parece que siguieron la emisión, muchos o muy pocos según se mire, no asistieron al mínimo debate real que se les debe en cada campaña electoral. Cómo hemos llegado a esto en esta tierra.

Personalmente creo que Arenas debió asistir a ese debate, en coherencia con su afirmación de que no va a privatizar la RTVA si consigue gobernar. Probablemente no asistió para no arriesgar ni uno solo de los votos que no sólo pretenden llevarle a gobernar la Junta, sino también terminar con más de treinta años de gobierno socialista e higienizar lo que muchos consideran ya una alternancia necesaria, a pesar de no otorgar ni siquiera el aprobado a quien lleva varias campañas presentándose para liderarla. Una infravaloración que Arenas comparte de manera preocupante con el resto de la clase política española, como volvió a reflejar el CIS en la última oleada.

Sin embargo, Arenas tiene su razón cuando se queja del histórico trato que en Canal Sur merece su persona, arropado por la última reprimenda de la Junta Electoral al ente público andaluz. De la misma manera que los profesionales de la televisión que pagamos los andaluces tienen derecho a quejarse del feo que les ha hecho Arenas. Pero no soluciona nada incorporar aquí el habitual «y tú más», y alegar que habría que comparar cómo se trata a la oposición en las televisiones públicas donde gobierna el PP, como Tele Madrid o Canal Nou.

El problema radica en que Arenas no debería tener ninguna razón en lo que argumenta y en que la televisión pública andaluza debería tenerla toda. El problema es que a los ciudadanos andaluces se les hurta el debate entre los principales líderes, uno de los cuales habrá de ser su presidente, por estrategias electorales de quién arriesga más o menos.

Pero la telaraña es más pegajosa ya que las que todos los hombres arañas puedan lanzar contra las maltratadas pantallas de los hogares andaluces. Hace tiempo que la mayoría de los debates, cuando los hay, tampoco son debates. Son una sucesión de discursillos de cronómetro y marketing, sin réplica real y alejados de la calle, que han colocado en un brete a la profesión periodística, cada vez menos intermediaria del ciudadano que se preocupa por su voto y cada vez más otra herramienta enganchada al automático del sistema. Demasiado enredada en semejante telaraña.